Portafolio

En este blog encontratás los portafolios de las organizaciones conformadas por ciudadanos activos y participativos que realizan su labor de gestores y actores culturales en la ciudad de Bogotá, Colombia.

viernes, 20 de enero de 2023

Apósitos de ternura (II)

 



Por: H. Darío Gómez A.

Una señora, vecina de mi vereda, pasa todos los días bajo una acacia roja ubicada al lado del camino, y se queda un rato bajo su sombra para esperar que las vainas que cuelgan de sus ramas generosas revienten para recoger las semillas, semejantes a monedas vegetales, con la esperanza de sembrarlas para que un día germinen las plántulas de futuros árboles que cubrirán de flores furiosamente rojas su jardín durante el verano. Quizá no le alcance la vida para ver el milagro, pero la ilusión es lo que cuenta.

Una amiga comunicadora social, por buen nombre Carolina, hace registros fotográficos de los objetos más pequeños, humildes y aparentemente anodinos durante sus caminatas diarias con Ramón, su perro con nombre de paisano. Su ojo avizor no deja escapar nada oculto a los ojos de los demás mortales: un capuchón de uchuva, una moneda de cincuenta pesos sobre la acera que alguien perdió y acaso le faltó para completar el pasaje del bus, o la llave extraviada en el antejardín por algún inquilino que se quedó por fuera de su habitación, en fin, una diminuta mariquita o el primer plano de las gotas de agua que agonizan en la hierba del amanecer soleado. Su mirada es como la de un rabdomante de las cosas pequeñas que, dejándose guiar por el solo instrumento de su sensibilidad, sabe detectar la belleza que cunde en el entorno invisible para la mayoría. Las hermosas imágenes que nos propone Carolina nos recuerdan que la fotografía es, como dice Susan Sontag, un modo de mirar, no la mirada misma; es decir, una mirada con sensibilidad.

Así como el emprendedor optimista se dice a sí mismo que “la plata está ahí y es cosa de salir a buscarla”, podemos decir que la belleza está ahí y toca estar con los sentidos bien dispuestos para encontrarla. Cosa de todos los días. 

jueves, 29 de septiembre de 2022

En el culebrón de la reforma a la salud, como en cualquier telenovela turca, hay un incomprendido: el modelo




Por: H. Darío Gómez Ahumada

Todo el mundo habla bien o mal del actual modelo de salud, pero muy pocos lo conocen, tal como le pasa a la candorosa protagonista de cualquier culebrón, que es injustamente incomprendida, y lo más grave, campea la ignorancia supina de muchos de los actores que lo dirigen, administran y supervisan. El Sistema General de Seguridad Social en Salud colombiano (Ley 100 de 1993) cumplió este año 28 años desde su entrada en vigor, el 1 de abril de 1994. El sistema en cuestión se fincó en un modelo denominado “pluralismo estructurado”, que organiza a los agentes involucrados (agencias estatales, aportantes, aseguradoras, prestadores, pacientes y proveedores de medicamentos e insumos) en cuatro núcleos interdependientes, habida consideración de sus funciones, a saber: regulación, financiación, articulación y prestación del servicio. A las EPS, en tanto aseguradoras, se les asignó en virtud de la ley la función importantísima de articular las funciones de los demás  agentes, para garantizar el acceso de los habitantes del territorio nacional a los servicios de salud con calidad y oportunidad. Siendo así las cosas, en teoría (la realidad es lamentable) las EPS son el eje del modelo, y el aseguramiento el mecanismo técnico, financiero y jurídico de que disponen para llevar a cabo tan importante función. Sin embargo, sólo hasta el año 2007 con la expedición de la ley 1122, se definió claramente qué se entiende por aseguramiento en salud y cómo deben aplicarlo las EPS. Por supuesto ese vació normativo de 13 años permitió que muchas de esas aseguradoras (más de 200) se quedaran con los recursos de la salud o les dieran destinación ilegal, ante la impasividad e impotencia de los organismos de supervisión  que tampoco tenían a la sazón suficientes herramientas técnicas y legales para actuar. Tal situación llevó a la Contraloría General de la República a afirmar en ese momento lo que era un secreto a voces, esto es, que las EPS son meras intermediarias que no agregan valor y antes bien, se quedan con los recursos del aseguramiento en salud. Sin embargo, a pesar de las nuevas herramientas de supervisión institucional con que dotó la Ley 1122 de 2007 a la Supersalud, muchas EPS continuaron desvirtuando su labor de articulación, pretendiendo obtener mejores resultados financieros no a través de la gestión del riesgo en salud (que pasa por la prevencion), sino mediante la negación sutil o manifiesta de servicios a sus usuarios y la aplicación de glosas impertinentes a las facturas de sus prestadores de salud, adquiriendo así algunas EPS merecida fama de malos pagadores (a 31 de marzo de 2022 les debían a los prestadores cerca de 18 billones de pesos). De las más de 200 EPS que había hace 20 años hoy quedan unas 30, de las cuales la mitad está en vigilancia especial y en capilla para ser liquidadas por no cumplir con su objeto legal. Es decir, por malas. 

Ante el anuncio del gobierno de radicar un proyecto de reforma al Sistema de salud, y desde la ignorancia, muchos gremios y opinadores de ocasión se rasgan las vestiduras por la posible desaparición de las EPS y con ellas, el principal agente articulador del modelo, que garantiza la financiación (pago a las IPS) y prestación del servicio de salud (acceso). Pero olvidan o desconocen, que ya desde el año 2011 (con la Ley 1438) y por la demora mezquina de las EPS en el pago a los prestadores de salud, se autorizó el giro directo del FOSYGA (hoy administrado por el ADRES) a los prestadores, y además se autorizó la creación de Redes Integradas de Prestadores de Servicios de Salud (RIPSS), para facilitar el acceso a los servicios de salud y su continuidad, aún a pesar de las barreras de acceso administrativas que imponen las EPS. De igual forma, mediante la ley 1753 de 2015 se creó el denominado “Banco de la Salud”, el ADRES, que garantiza  y agiliza el flujo de los recursos de la salud a los agentes prestadores, aún a pesar de las trabas (glosas no pertinentes) impuestas por las EPS para el pago a sus proveedores de servicios. 

Sea como fuere, el modelo ha venido operando aún a pesar de muchas EPS, y la realidad de su funcionamiento ha obligado a la creación legal de instancias y procesos que suplen sus deficiencias, de manera que su desaparición como tales no sería tan catastrófica como prefiguran los titulares irresponsables, ignorantes y amarillistas de la revista SEMANA, que, dicho sea de paso, generan pánico en el sector. Desde luego no se puede caer en la trampa de la generalización, pues hay algunas EPS buenas (no más de 15), que cumplen su función de articulación y aseguramiento conforme a la ley. Ellas merecen ser tenidas en cuenta en un proyecto de reforma participativo. No conozco a fondo el primer borrador del proyecto del gobierno nacional, pero participaré activamente como ciudadano de a pie en los debates, con espíritu crítico, una vez se formalicen las jornadas de socialización y debate público.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

La contribución que se paga al ADRES-ECAT con el SOAT es inequitativa, injusta y en algunos casos confiscatoria

 



Por H. Darío Gómez A.


El SOAT fue concebido hace 36 años (ley 33 de 1986) con el fin de garantizar, entre otros aspectos, la atención médica y hospitalaria de las víctimas de accidentes de tránsito. Con la expedición de la ley 100 de 1993 (Sistema General de Seguridad Social en Salud), se creó una contribución equivalente al 50% del valor de la prima del SOAT para nutrir la subcuenta ECAT (eventos catastróficos y accidentes de tránsito), que hoy administra el banco de la salud (ADRES), destinada principalmente a garantizar el pago de la atención médica y hospitalaria de las víctimas de accidentes de tránsito ocasionados por vehículos fantasmas y evasores del SOAT. La contribución de marras es recaudada, en virtud de la ley,  a través del pago del SOAT, de manera que las aseguradoras autorizadas para expedir este seguro deben entregar dichos recursos al ADRES, pues claramente no les pertenecen toda vez que se trata de una contribución parafiscal que no tiene nada que ver (por su destinación) con la prima que reciben para asumir el riesgo.


Siendo así las cosas, el usuario obligado a adquirir el SOAT paga, por una parte, una prima de seguro atada al nivel de riesgo que asume la aseguradora por el modelo (a mayor vetustez mayor riesgo), cilindraje, uso (servicio público o no), clase, tonelaje, etc, del automotor, lo cual es apenas lógico. A mayor riesgo asumido por la aseguradora, mayor será la prima. Y por otra parte, el usuario está obligado a pagar una contribución a la subcuenta ECAT del ADRES para financiar (principalmente pero sin limitarse a ellos) los gastos médicos y hospitalarios de las víctimas de los vehículos fantasmas y evasores, como quedó dicho más arriba. Sin embargo, a mi juicio el valor de esta contribución parafiscal no guarda los principios de equidad y justicia tributaria, ya que su valor está calculado en función de un porcentaje (50%) de la prima de riesgo, la cual (prima) ya ha sido pagada por el asegurado de acuerdo a su nivel, mas no al valor del vehículo asegurado, de manera que así, por ejemplo, el dueño de un automóvil antiguo (que paga una prima alta de riesgo) cuyo valor comercial es muy pequeño, paga por contribución parafiscal hasta tres veces más de lo que paga el dueño de un automóvil nuevo y caro. Como el tema no es de fácil comprensión, intentaré explicarlo con dos casos prácticos de vecinos de mi vereda extraviada en los campos de Boyacá: 


Don Jacinto tiene un campero Nissan Patrol modelo 1979, del cual deriva el sustento llevando su cosecha de papa hasta la cabecera municipal. La prima de seguro le vale $689.700, suma razonable por tratarse de un campero viejo de mayor riesgo, vaya y pase. Pero la contribución al ADRES le vale $358.600 (o sea, el 50% de la prima), que para él resulta impagable por un vehículo cuyo valor comercial no pasa los $2.500.000, como quien dice una tasa del 14.34% sobre el valor del vehículo.


El Dr. Peña acaba de comprar un Mazda MX-5 último modelo que le costó la friolera de $163.100.000. La prima de seguro le cuesta $294.100, sin embargo paga una contribución de apenas $152.900, menos de la mitad de lo que paga don Jacinto, es decir, una tasa del 0.094% sobre el valor del vehículo.


Tengo la certidumbre casi aritmética de que no hay equidad tributaria en la contribución a la subcuenta ECAT del ADRES. Don Jacinto no tendría que pagar más que el Dr. Peña para financiar a terceros evasores o vehículos fantasmas que no son de su responsabilidad, pues él ya pagó más que otros por su riesgo agravado lo que manda la ley. En la práctica, esa contribución tasada injustamente sobre el 50% de la prima hace que la compra del SOAT sea impagable y confiscatoria de su vehículo (prácticamente la tercera parte de su valor en el ejemplo), y constituye un incentivo perverso que propicia la evasión. 


A decir verdad, para honrar los principios de equidad y justicia tributaria, considero que la contribución de marras se debería tasar “ad valorem”, esto es, sobre el valor declarado del vehículo asegurado para efectos del impuesto de rodamiento. El que tiene más que aporte más al ECAT, por simple y llana solidaridad y para honrar ese principio de la Seguridad Social que reza: "de cada quién según su capacidad para cada quién según su necesidad".  Ojalá estas consideraciones de un ciudadano perdido en los campos de Boyacá sean tenidas en en cuenta en un proyecto de ley de reforma al SOAT, tal y como se previó en la ley 2161 de 2021 un descuento en la prima del SOAT por buena siniestralidad (no reclamación). Vale.

martes, 13 de septiembre de 2022

Florilegio de vidas

Por: H. Darío Gómez A.



En una notaría del centro de Bogotá hay unos anaqueles donde se coleccionan, en libros de pliego tamaño oficio, las vidas de las personas nacidas hace más de cuarenta años. En cada folio, escrito a mano con caligrafía Palmer, se refleja la situación jurídica del individuo frente a la familia y la sociedad. El registro civil de nacimiento es el primer acto jurídico de la persona y el que determina su existencia legal, pero también su destino. Sin él, no somos nada, como dice el poeta. 


Quizá por tacañería o resistencia al cambio tecnológico, el notario en cuestión no ha querido sistematizar el Registro Civil de las personas mayores, de modo que se ve obligado a destinar el primer piso de su despacho a la guarda del padrón. Alineados en largos anaqueles (creo haberlo dicho) hay centenares de libros forrados en cuerina verde, en cuyo lomo de color rojo se destacan en letras doradas el año, el mes y el número correspondiente. 


Uno tiene la impresión de que cada libro consultado es un álbum con las biografías de seres humanos que fueron por ventura empadronados en  el mismo  rango de tiempo, hagan de cuenta, en mi caso, la selección de las almas registradas en el mes de marzo de 1961. Como si una suerte de coleccionista, a la manera del personaje de Saramago (en su libro ”Todos los nombres”), se dedicara a coleccionar nuestras vidas. Para buscar mi registro debo hojear todo el libro, y al intentar descifrar los nombres manuscritos, no puedo menos que leer  otras vidas aun a riesgo de sentirme intruso en sus existencias. Aquí una mujer nacida en la Clínica Palermo en 1961 que contrajo nupcias  en 1982 (de acuerdo a un escrito a máquina pegado al margen), y se divorció en 1998, según obra en sentencia de un juzgado que ordena la inscripción en el registro; allí un hombre que nació en 1959 en el Hospital de la Samaritana, reconocido por su padre hasta 1975; más allá otra mujer nacida en 1960 en el Hospital Militar, que cambió su nombre en 1981 por otro menos lindo que el original, en fin, aquel otro que nació y murió en 1961, todo ello escrito posteriormente sobre cada folio en notas marginales, como en un palimpsesto que corrige las decisiones y los avatares de la vida. Tantas historias comprimidas en un libro que es el trasunto de una generación de personas que acaso nunca se hayan cruzado en la calle y sin embargo comparten un espacio en el libro guardian de sus exsistencias. 


Tiene razón el poeta Edmond Jabès cuando afirma que lo que no es nombrado no existe. Y no me refiero sólo a la existencia legal, sino a la reafirmación de nuestro nombre para sabernos vivos.  Con todo, a nosotros nos queda con los demás mortales que realizan sus trámites burocráticos, solicitar el registro civil de nacimiento para demostrarle a la administración pública quienes somos en este valle de lágrimas.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Diatriba contra los ciclistas aficionados.

Por: H. Darío Gómez A.



“¡Hola! Bauseantes estridentes pletóricos de vulgaridad! Andad los caminos trillados por la vetusta humanidad: pero dejadnos nuestras rutas llenas de luz y opacidad, todas bañadas de silencio, recogimiento y ansiedad... Andad los senderos hollados por la vetusta humanidad, ¡Oh, supercríticos morosos hartos de suma fatuidad, arlequinescos figurines pletóricos de vulgaridad, de vicios fáciles y tontos, y de la unánime verdad, y de ideales consagrados, y de vacua sinceridad”. (Balada del abominario, León de Greiff)


De entrada debo señalar que, para mi mal, son precisamente mis escasos amigos quienes han caído en la trampa de las bielas. Todos, sin excepción, Pacho, Nico, George, Alvaro, sucumbieron a los cantos de sirena de la secta de los ciclistas aficionados. Debo aclarar asimismo que no tengo nada contra los ciclistas profesionales que practican ese deporte de alta competición en sus equipos y ganando jugosas fortunas o representando a sus regiones y países en torneos olímpicos. Tampoco aludo a quienes utilizan la cicla como medio de transporte para su trabajo, ni condeno los paseos relajados por la campiña o el parque para disfrutar los encantos de la naturaleza rodando despacio en bicicleta, en terreno llano, a las diez de la mañana, ojalá con una canasta llena de condumios y espirituosos bebestibles, no. Mi diatriba va contra esos insensatos que madrugan todos los días a las cinco de la mañana, sin ninguna necesidad, para rodar cien kilómetros, veinticinco de ellos en subida, llevando sus músculos al límite del dolor por las autopistas y dejando su corazón exangüe en las cimas. Son culpables del pecado mortal de atentar contra sus cuerpos y no contentos con ello, estos impíos comparten fotos de su masoquismo insano en las redes sociales, donde posan impúdicamente en la meta del "Ventoux" a las seis de la mañana, hora en la cual el hombre culto, como dice el poema, “debe estar en su cama disfrutando molicie seductora”, con el único fin de hacernos sentir mal a quienes como yo, a esas horas de la madrugada estamos bajo las cobijas disfrutando de los encantos de otra Aurora. ¿Qué buscan en esas madrugadas innecesarias esos “arlequinescos figurines pletóricos de vulgaridad”? ¿Qué oscuro placer sienten con el dolor voluntario de su propio cuerpo esos “supercríticos morosos hartos de suma fatuidad”? Todo eso, como decía mi abuelita: “hasta pecao será”.
Rosario Wilches, Sander Zemog y 5 personas más
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martes, 29 de diciembre de 2020

El negro le canta al río

Por: H. Darío Gómez A. 

Ya sea en el Níger que atraviesa Guinea, o en el Congo que encuentra el océano Atlántico al occidente del África de donde partió para enriquecer nuestra América con su simiente, el negro siempre le ha cantado río. Parece que intuyera con Hesíodo, que para atravesar sus aguas hay que dirigirle una plegaria “con los ojos fijos en sus espléndidas corrientes” para obtener su generosidad y benevolencia, pero también para aplacar su ira. Y así le canta el negro a los ríos de América desde el Mississippi, pasando por el Caribe, hasta el Paraná, en el sur del continente. 

Al leer poesía negra (¡ay! las clasificaciones), siempre he admirado la íntima relación del poeta con el río. Para confirmar lo dicho, me remito a una prueba lírica en la voz del norteamericano Langston Hughes: 

El negro habla de los ríos. 

“Yo he conocido ríos: he conocido ríos tan antiguos como el mundo

 y más viejos que el flujo de la sangre humana en las venas humanas. 

Mi alma ha crecido profunda como los ríos. 

Me bañé en el Eufrates cuando eran jóvenes los amaneceres. 

Construí mi cabaña cerca del Congo, y el río arrulló mi sueño. 

Miré el Nilo y levanté mis pirámides sobre él. 

Escuché el canto del Mississippi cuando Abe Lincoln bajó a Nueva Orleans, 

y he visto su seno enlodado, volverse todo oro en el crepúsculo. 

He conocido ríos: ríos antiguos, oscuros. 

Mi alma ha crecido profunda como los ríos”. 

 

El poeta tiene una memoria atávica que evoca los ríos africanos así esté en Luisiana, Georgia o Alabama. Pero el río arrastra en su corriente todo el bien y todo el mal: la vida y la muerte. Así lo recuerda el poeta cubano Nicolás Guillén en su elegía a Emmett Till, un niño negro de 14 años raptado por un grupo de blancos armados, cuyo cuerpo mutilado fue botado al río Mississippi: 

 

“En Norteamérica, la Rosa de los Vientos tiene el pétalo sur rojo de sangre. 

El Mississippi pasa ¡oh viejo río hermano de los negros! 

con las venas abiertas en el agua, el Mississippi cuando pasa. 

Suspira su ancho pecho y en su guitarra bárbara, 

el Mississippi cuando pasa llora con duras lágrimas”. 

 

No puede uno menos de evocar con tristeza la sangre inocente que ha corrido por nuestro río Cauca, en Colombia. El río es, pues, confidente, recoge las lágrimas pero también la rabia del poeta que denuncia la esclavitud, el despojo, en fin, la injusticia. Y continúa Nicolás Guillén: 

 

“Pero yo sé que el Plata, 

pero yo sé que el Amazonas baña;

pero yo sé que el Mississippi,

pero yo sé que el Magdalena baña;

yo sé que el Almendares,

pero yo sé que el San Lorenzo baña;

yo sé que el Orinoco, 

pero yo sé que bañan

tierras de amargo limo donde mi voz florece (…) 

y lentos bosques  presos en sangrientas raíces.

¡Bebo en tu copa, América, 

en tu boca de estaño, 

anchos ríos de lágrimas!” 

 

El poeta nacional de las negritudes, Candelario Obeso, ya en el siglo antepasado cantaba con la voz del “Boga ausente” ese desasosiego del pescador que rema sin esperanza. 

 

“¡Qué trijte que ejtá la noche! 

¡La noche qué trijte ejtá! 

No hay en er cielo un ejteya... ¡Remá, remá!

¡Qué ejcura que ejtá la noche!

¡La noche que ejcura ejtá! 

Asina ejcura ej la ausencia... ¡Bogá, bogá!” 

 

Y asimismo, el poeta Agostinho Neto, nacido en Angola hace un siglo, denuncia la esclavitud inveterada en “El llanto de África: 

 

“El llanto de siglos creado en la esclavitud (…)

El llanto de África es un síntoma 

En las corrientes de los ríos

o en el sosiego de los lagos (…)” 

 

Como sea, el río es, a manera de cordón umbilical, el lazo que une al poeta con su origen. Si se sabe escuchar, se puede identificar en la corriente el llamado atávico de la selva en su belleza exuberante o acaso en su terrible crueldad.

sábado, 26 de septiembre de 2020

El desamor en tiempo de bolero

 (Cafetín Mercantil, Bogotá. Foto de H. Darío Gómez A.)


Por: Héctor Darío Gómez Ahumada 

 

¿Qué es el desamor?, pregunta el despechado. Y el corazón responde: separación, desengaño, añoranza. Sea como fuere, lo cierto es que el amor ido es, acaso, la forma más triste del desamor, pues implica necesariamente una pérdida. Los amantes de la música romántica saben de sobra que esa cosa hermosa, inmisericorde, resistente al análisis y a la clasificación, en ocasiones tempestuosa, esquiva a veces, en fin, el amor, es el leitmotiv del bolero. Pero también lo es su ausencia. Quizá por eso la frase del psicoanalista J. Lacan, según la cual “amar es dar lo que no se tiene…”, más que una explicación de la neurosis causada por la arcadia perdida suena a letra de bolero, si se me permite la banalización. Y es precisamente desde esa perspectiva, exenta de erudición, que el cronista abordará el desamor, aprovechando que el bolero es universal. 

 

La pérdida en el juego del amor. 

 

En el amor, como en el juego, hay un componente de azar. De manera que debemos jugar lealmente, con la camisa del corazón remangada, sin cartas escondidas, y estar dispuestos a pagar la apuesta en el momento de perder. De esta laya es el jugador que nos presenta el compositor puertorriqueño, Pedro Flores, en sus “Fichas negras”, pese a que su contrincante en el amor no juega con la misma lealtad: 

“Yo te perdí Como pierde aquel buen jugador 

Que la suerte reversa marcó Su destino fatal. 

Ya yo jugué Con mis cartas abiertas al amor (…) 

Pero en cambio tu Me jugaste fichas sin valor(…)” 

 

Y si el amor es un juego, el buen jugador será asimismo buen pagador, como lo ratifica Pedro Flores en “Amor perdido”: 

“Todo fue un juego, Nomás que en la apuesta, yo puse y perdí (…), 

Esa es mi suerte y pago, porque soy, buen jugador(…)” 

 

La pérdida del amor pagado. 

 

No se puede perder lo que nunca se tuvo o lo fue a título precario, a cambio de un beneficio económico. Estos “amores” pagados florecen en los cafetines frecuentados por marginados, por almas solitarias en pos de un amor a destajo, como el de aquella mujer de cabaret cantada por Chelo Silva: 

 “Yo soy de cabaret esa es mi vida 

En mí que puede haber si no hay amor(…) 

Por ser del fango (…)” 

 

Al escuchar estos boleros de amor pagado, en cuyas letras se trata a la mujer como mercancía, no puede uno menos de contrariarse por su índole patriarcal. El amor se convierte en un objeto de cambio como lo pone de presente Blanca Rosa Gil al cantar: “dime tu precio, cuánto vale mirar tus ojos y darte un beso, que estoy dispuesto a pagarlo con mi vida si es preciso”. O cuando Ricardo Fuentes, el romántico de Tocaima, pregunta: “cuánto te debo por ese amor aventurero que me has dado, por tu comedia de cariño calculado…, cuánto te debo por las miradas de ternura que me diste…”. Parece que creyera con el cantor aguadeño, Pedro Nel Isaza, que “ese amor de cabaret se paga con dinero”. O pongamos por caso el cariño de cabaretera descrito por Tito Mendoza en “Luces de Nueva York”, “donde te encontré bailando, vendiendo tu amor al mejor postor”. No obstante, es Agustín Lara quien logra transmitirnos la crudeza de ese amor transaccional en su bolero “Aventurera”: 

 “Vende caro tu amor, aventurera 

Da el precio del dolor, a tu pasado 

Y aquel, que de tu boca, la miel quiera 

Que pague con brillantes tu pecado (..)” 

 

Y a decir verdad, el compositor cubano Manuel Corona no se queda atrás en sus habilidad negociadora en la bolsa de valores del corazón, como lo demuestra en su bolero “Falsaria”: 

 “Conque te vendes, ¡eh! Noticia grata, 

No por eso te odio ni te desprecio; 

Aunque tengo poco oro y poca plata, 

En materia de compras soy un necio; 

Espero a que te pongas más barata, 

Sé que algún día bajarás de precio”. 

 

La pérdida cuando se acaba el amor. 

 

Pero nada hay definitivo, y hasta el amor se acaba, según cantó José José. De modo que cuando empieza a languidecer, puede decirse que comienza el desamor. Esa erosión del sentimiento es el epítome del desamor, pues implica que alguna vez hubo amor de verdad, sin artificios, sin apuestas, sin pagos al portador. Quizá por ello es más triste su fin. Sin pretender afirmar con Sócrates, que “el amor más acalorado, tiene el fin más frío”, me inclino a pensar que los amores sanguíneos son más proclives al desamor, toda vez que requieren mantener el motor encendido en altas revoluciones para darle estabilidad al vuelo y no entrar en barrena. 

 

En cualquier caso, parece seguro que la mujer es más leal frente al desamor. Más valiente y directa al encararlo. En tal sentido, la compositora mexicana Consuelo Velázquez nos da una muestra de su franqueza: 

“Perdona mi franqueza que tal vez juzgues descaro, 

Yo sé que voy a herirte por decirte lo que siento. 

Espero que comprendas que es mejor que hablemos claro, 

Debemos separarnos porque amor ya no te tengo”. 

 

Tengo la impresión de que el hombre asume una posición más nihilista frente al desamor, lo acepta como un destino inexorable. Suele afirmarse que somos más fuertes que las mujeres para aceptar el fracaso amoroso. Ciertamente no. Y así lo suelta al desgaire el compositor cubano Orlando de la Rosa. Sin embargo, en la voz del cartagenero Bob Toledo, cuya vida fue tormentosa y con trágico final, el bolero adquiere tintes dramáticos: 

“No vale la pena, 

Sufrir en la vida si todo se acaba, 

Si todo se va; tanto sufrimiento, 

Tantas decepciones, 

No vale la pena tanto padecer. (…) 

Después que toda mi esperanza la cifré en tu amor”. 

 

Total, “si me hubieras querido, ya me hubiera olvidado, de tu querer”. No lo digo yo, lo dijo Ricardo García Perdomo, otro gran compositor cubano, como corresponde. Y eso es todo lo que tenía que decir acerca del desamor. 


 

lunes, 31 de agosto de 2020

La ferrovía del Liri

Por: H. Darío Gómez A. 

 

“El tren ha representado siempre para el territorio que atraviesa un momento de profunda transformación y muchas veces de verdadera emancipación y desarrollo social.” Con estas palabras, Paolo Silvi, Presidente de la asociación Apassiferati, de Italia, comienza su presentación del hermoso libro sobre la historia de la ferrovía del Valle del Liri, al sur de Roma. Su asociación tiene como objetivo dar a conocer este bello territorio a través del ferrocarril. 

 

El libro, escrito por Costantino Jadecola, nos ilustra acerca de las vicisitudes que sufrió el ferrocarril por cuenta de un devastador terremoto en 1915 y luego a causa de la catástrofe de la segunda guerra mundial, cuando nazis y aliados, todos a una, lo destruyeron por ser un objetivo militar estratégico. No obstante, narra asimismo su recuperación fruto del amor de sus gentes por el tren, símbolo del desarrollo económico y civil de las tierras que atraviesa, como nos lo pone de presente Paolo en su texto introductorio. 

 

Otra historia interesante es cómo llegó a mis manos esta entrañable publicación de la asociación Apassiferati. En el mes de marzo de 2020, mis amigos de la Fundación de Pensionados de los Ferrocarriles Nacionales me invitaron a escribir, en su periódico “El riel”, una reseña sobre la pérdida de la sede del Fondo del Pasivo Social de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia, en el edificio histórico y patrimonial de la Estación de la Sabana (en Bogotá), que ellos resintieron como el último despojo de un gobierno indolente con los ferroviarios, es decir, una muestra más de su desprecio, no sólo por un medio de transporte eficaz, seguro y más barato (acaso para favorecer los intereses de los transportadores por carretera), sino también por su historia. Lo que debía convertirse en un museo del ferrocarril terminó en sede de la policía de carreteras. Como sea, lo cierto es que mi artículo llegó, merced a mi querido amigo Vincenzo Fiorentino, a los ojos de Paolo Silvi, quien me contactó para darme a conocer su emprendimiento cultural y ferroviario en Italia, ofreciéndome además, de manera generosa, enviarme a vuelta de correo un par de publicaciones, entre ellas esta que tengo en mis manos y que me complace compartirles. 

 

La historia del ferrocarril, digo mal; la historia de la ausencia del ferrocarril en Colombia, está por escribirse. Pero a diferencia del tren del Valle del Liri, el nuestro no ha sido víctima del terremoto ni de la guerra, sino de la mezquindad de los gobiernos de turno que le dieron entierro de tercera hace 30 años, como cumpliendo esa premonición de Giovanni Papini cuando escribió: “Y he aquí que de pronto se ha parado, y los habitantes de la pequeña ciudad en fuga (el tren) han desaparecido, y el maquinista se seca la frente con aire poco satisfecho. Las ruedas se han parado tristemente sobre los rieles”.

lunes, 6 de julio de 2020

COPETÓN COPETE



Por: H. Darío Gómez A. Era un gorrión. Pero en el altiplano llamamos “copetón” a los de su laya. Era un gamín, un callejero, arisco, libérrimo, como corresponde a un suspiro emplumado. Y se salvó por un pelo, ¡qué digo un pelo! por una pluma, de las fauces de una sombra felina que se apareció en el antejardín. Dicen que la vecina del primero lo rescató de una muerte segura. Cojito de un ala, como suele decirse, la dama lo acogió en su seno con ternura. Mas, de nada valió el cariño y el cuidado de unos días, porque los suspiros son inasibles, como el viento. De modo que el copetón voló con sus plumas fracturadas a la libertad de la nada. Pero queda su recuerdo emplumado, como un suspiro que aveces se escucha en el antejardín.

miércoles, 27 de mayo de 2020

“Vanity Fair” en Usaquén




Tomo prestado el nombre de la famosa revista del corazón, sin ánimo de banalizar el glamour, con la esperanza de no ser demandado por el uso indecoroso de sus derechos de autor. Pero, al fin de cuentas, la vanidad es patrimonio de la humanidad y además está muy de moda en Usaquén. Allí los lujosos restaurantes de autor se han convertido en enormes vitrinas adonde acude la gente chic de Bogotá, no tanto para disfrutar de la buena comida, como para que la vean comer. Sin embargo, tan presuntuosa afectación tiene sus inconvenientes: no siempre sus espectadores son trabajadores honrados, que, de paso hacia los restaurantes populares, tragan saliva al contemplar las viandas que disfrutan los comensales que exhiben sin pudor su riqueza ante la galería.  De golpe sucede algo inesperado que rompe el encanto sensual de la opulencia: un desharrapado sin nada que perder se acerca a la enorme vitrina de la cebichería “La mar”, donde una mujer elegante y hermosa degusta un exquisito carpaccio de salmón. El sujeto desmueletado pega lentamente su nariz al vidrio del ventanal, saca la lengua con lascivia y le pica el ojo a la buena señora, al tiempo que extiende su mano mugrienta para invocar conmiseración o acaso provocar deliberadamente asco. Este cuadro no dura más de diez segundos, justo el tiempo que demora en llegar la seguridad del restaurante para llevarse al “habitante de la calle” (ridículo eufemismo para designar a los marginados). Pero ya es tarde; el daño está hecho. La fealdad de la miseria cae como un moscardón en la sopa de la opulencia. ¡PLAF! La señora, congestionada, no digamos ya, aterrada, toma un sorbo de agua y se retira por un momento al baño. Con notoria incomodidad su acompañante deja la servilleta sobre la mesa, arregla su corbata Hermés colección de otoño, y le exige al mesero que los acomode en otra mesa, lejos del ventanal de la infamia. Y es que la ostentación es ofensiva. A mi modo de ver, la pequeña venganza del desharrapado de la anécdota no es más que su respuesta a la humillación infligida involuntariamente, si se quiere, por la mujer de marras. Ser rico no es un pecado. No hay que caer en las trampas del maniqueísmo. Allá cada cual con su conciencia acerca de la forma en que amasó su fortuna “sin convertir en harina a los demás”(como decía Mafalda). Sabemos que la solidaridad no cunde en ciertos círculos, y que la manida responsabilidad social empresarial no es más que una entelequia para evadir impuestos y despercudir el rostro de la avaricia. Pero ostentar esa riqueza impúdicamente en un país donde semanalmente mueren de hambre 300 niños, como lo denunció un estudio de la Universidad Nacional, si es una canallada. Quizá por eso me resultó tan refrescante el inútil desquite del andrajoso, así los áulicos de los nuevos y viejos ricos me vengan ahora con que lo mío es pura mala leche mezclada con envidia de la mala. La justicia poética no es tanto un desquite como una técnica literaria, en la que a veces los más débiles se salen con la suya.  Y a veces, muy pocas, también pasa en la realidad.

lunes, 25 de mayo de 2020

Romance medieval escuchado en Boyacá.



Margarita Parra era una contadora de cuentos de Chiquinquirá, en Boyacá, tierra donde todavía se conservan hermosos arcaísmos en el habla popular. Margarita, mujer analfabeta y maravillosa, era dueña de una enorme cultura. De ella no se sabe mucho, salvo por sus cuentos, que fueron rescatados con amoroso cuidado por doña Elisa Mújica, académica de la lengua ya fallecida también, y a mi juicio la mejor escritora colombiana. Nos quedó debiendo doña Elisa un perfil de Margarita Parra, cuya vida campesina fue acaso tan extraordinaria como las narraciones populares que contaba, muchas de ellas provenientes del cuento medieval español de Don Juan Manuel, traído a valor presente prácticamente sin ninguna variación.


Transcribo a continuación este bello romance de la princesa:


“Un caballero requirió amores
A la princesa Estefanía;
La niña desque lo oyera
Díjole con osadía:
Tate, tate caballero,
No hagáis tal villanía;
Hija soy de un malato(*)
Y de una malatía;
El hombre que a mí llegase,
Malato se tornaría”.


(*)malato: apestado, embrujado. Quizá un ardid de la niña para evitar el avance del caballero.

viernes, 15 de mayo de 2020

Reivindicación de la cursilería y la ternura.




La ternura y aun la cursilería nos rescatan muchas veces de la desesperación que produce la realidad, siempre grave y trascendente. Por eso reivindico ambas. Es más, como decía sabiamente Rodrigo Peláez, mi entrañable pariente y amigo: "El que no ha sido cursi en la vida, es porque nunca ha amado"

Y para la muestra tres botones que cosí ahora años:

 LA ARITMÉTICA ES SIMPLE (1.983)

En tu cuaderno de matemáticas
uno mas uno éramos los dos,
y la división de tus onces
no tenía residuo.
La aritmética es simple,
me dijiste un día.
Hoy sólo nos resta
el recuerdo.

S.O.S (1984)

Como era un náufrago alejado de tus trenzas,
durante el recreo puse mi S.O.S. de amor
dentro de una botella de Coca-cola
y la tiré al fondo de tu pupitre.
Cuando la encontraste,
vi tu cara de sorpresa
y la felicidad con que corriste a la tienda del colegio
para cobrar el depósito.
Nunca leíste el mensaje,
sin embargo yo me quedé esperando tu rescate.

ASTRONAUTAS (1.985)

Tu y yo fuimos astronautas
girando alrededor de la vida
en nuestra nave de propulsión sanguínea
como si tal cosa.
Se agotaba el combustible
y optaste por el aterrizaje.
Pero yo seguí girando, girando, girando…

BUS URBANO (1986)

Por las ventanas del bus destartalado
se asoman las caras luminosas de los niños,
cautivos en la panza del endriago de lata.
El monstruo bufa y exhala su aliento negro,
tal si fuera el último estertor.
Entonces los niños, aturdidos, se estremecen,
como intentando escapar
por las heridas de un dragón agonizante.

H.D.G.A.

lunes, 11 de mayo de 2020

En algún momento habrá que pagar.





Ruinas de la casa de los ferroviarios en la Estación de la Esperanza (Cund.) Foto de H. Darío Gómez A.



El confinamiento obligatorio de este tiempo extraño nos ha permitido valorar los oficios cotidianos. Las horas se nos van en ejecutar labores para satisfacer las necesidades físicas más elementales. Pelar cebollas y picar unos ajos para hacer el arroz, por ejemplo, nos puede llevar media mañana, como quiera que son tareas que requieren tanta habilidad y concentración como la redacción de un memorando estratégico en la oficina. Sin embargo, por la desviación del oficio somos capaces de sacar los costos del picadillo en cuestión, en términos del precio de cada hora invertida en esa labor por un profesional bien cotizado. La productividad ante todo.

Sea como fuere, lo cierto es que los oficios diarios de la casa nos permiten pensar en la vida, hacer balances y programar el pago de las deudas aplazadas, ya no digamos los servicios públicos y la tarjeta de crédito que el banco, siempre mezquino, nos recuerda con sutileza digna de mejor causa, sino las deudas de la existencia, aquellas que hemos venido acumulando y aplazando durante años. Hablo, entre otras, de las deudas de gratitud que nos recuerda la conciencia, esa contabilista rigurosa que tiene registrados todos los saldos a nuestro cargo, como también tiene resaltadas en rojo las notas débito de nuestros excesos, soberbias, vanidades, tiempo negado a nuestros amados y a veces, cómo no, nuestra falta de generosidad o de solidaridad. Porque es un hecho que algún día todos tendremos que pagar por nuestras acciones y omisiones. Con todo, no podemos menos de prepararnos para pagar las deudas de la vida cuando llegue el vencimiento, sin necesidad de requerimiento para ser constituidos en mora.

Sé que es una reflexión por demás rara, pero tengo que afirmar a mi favor que en este tiempo que nos ha tocado todo es extraordinario, y además la lectura del Eclesiastés, de corte claramente existencialista, me recordó que “no hay nada nuevo bajo el sol” y que muy probablemente, si salimos vivos de este encierro, volveremos a aplazar indefinidamente lo importante para atender lo urgente, es decir, las cuentas de servicios públicos y las obligaciones bancarias que en algún momento habrá que pagar.

H.D.G.A.

viernes, 8 de mayo de 2020

Jueves tedioso

Ruinas de la Estación del Tren de Puente Nacional. Foto de H. Darío Gómez A.


7 de mayo de 2020

A los privilegiados que no tenemos que jugar a la ruleta binaria del hambre o la peste nos queda, en todo caso, el riesgo de morir de tedio. Nos vamos gastando contra la ropa, como prefiguraba el poeta Castro Saavedra, pero también nos vamos gastando por el tedio. Y empezamos a morir de una manera inusual, es decir, velando los relojes de la casa y viendo ponerse mustio el almanaque. Entramos con los ojos abiertos al limbo que imaginó Dante para los inocentes que guardan la ilusión pero se saben sin esperanza. Gastamos inútilmente los días que nos quedan en la billetera en mirar la televisión, chatear, leer libros y periódicos, en combatir el insomnio y dormir a deshoras.

Nos gastamos de esperar, de jugar con el perro o el gato, de enviar memes y chistes flojos, de ver al maestro en el computador, de pensar, de arrepentirnos, de escuchar la alocución presidencial, del teletrabajo, de que nos digan en el noticiero que nos vamos a morir. Nos vamos consumiendo por contar los siete días de la semana con tozudez digna de mejor causa, nos cansamos de correr sobre una banda sin fin que no conduce a ninguna parte, en fin, nos deterioramos por no comer y por comer también, y por hacer el amor con amor y sin él; nos desesperamos como el zahorí que perdió el rastro para encontrar el sentido de la vida.

Hoy amanecí sombrío, mañana será otro día.