Portafolio

En este blog encontratás los portafolios de las organizaciones conformadas por ciudadanos activos y participativos que realizan su labor de gestores y actores culturales en la ciudad de Bogotá, Colombia.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

A la buena poesía también se llega por la mala poesía

(Mujer rolliza de Botero en el Museo de Antioquia. Foto de H.D. Gómez A.)

(Créditos foto: www.flickr.com)

No recuerdo de quien es la máxima que da título al presente post, pero a mi pariente Rodrigo Peláez y al suscrito nos ha servido de pretexto  para tertuliar (si se admite el verbo) sobre lo cursi. En tal virtud, hemos recitado con mucha prosopopeya los versos de doña Amparo Canal de Turbay, epítome de la cursilería, nomás por el placer mezquino de contrastar sus rimas disparatadas, pongamos por caso, con los párrafos sublimes de un Robert Graves.

En esta ocasión, y por pura falta de oficio en estos días decembrinos, Rodrigo trajo a colación un poemilla encontrado en un recorte de periódico del año 1942, cuando aún había desocupados que comentaban las noticias en verso. Para el caso que nos ocupa, los versos versan sobre un hecho de sangre (muy prosaico, por cierto) producto de los celos.

Transcribo a continuación el aporte de Rodrigo a la tertulia de hoy.


“Darío: este es el poema del que te hablé, si es que puede llamarse poema a este re-cursi esperpento producto de un recursivo poetastro anónimo. 

Los hechos: el lunes 21 de diciembre 1942 Rosa Blandón le rompió en la cabeza un tubo de cemento a su esposo Roque Rozo, porque lo encontró enamorando a una fámula.

Rosa Blandón vs Roque Rozo

-Es mi pasión cual tremulante axioma,
Que con tu esencia virginal empalma…
Vos sos la aeronáutica  paloma
Que cuando Efebo en el zenit asoma
Acuatiza en el piélago de mi alma.

-Para elevar mi frágil existencia
cual astro rey a la región vacía
y alcanzar de tu amor la omnipotencia
deja que el netar de tu casta esencia
perjume mi sectaria anatomía!

-¡Cómo es vusté de fino y de galante!
-No, mi amor. Es que yo, cual el artista
de mente aristotélica y pensante,
bebí mi espiración piedracielista
en las mesmas termopilas del Dante.

Y haciendo así de su elocuencia gala,
Mientras lucía una especial sonrisa
Conquistadora , le arrastraba el ala
Roque Rozo a una fámula rolliza.

Pero cuando se hallaba en la fina
De aquel idilio dulce y cadencioso,
Saltó de una manera repentina
Al escenario la mujer de Rozo.

-¡Ah, maldito infidelio tuntuniento!
-dijo Rosa Blandón- y acto continuo,
con ademán feróstico y violento
le quebró a aquel esposo adulterino
en la cabeza un tubo de cemento.”



Escuchado el anterior poema, concluí que yo tampoco hubiera sido capaz de firmarlo.

martes, 23 de diciembre de 2014

Que Dios le conceda el doble de lo que usted me desea

(Alumbrado de Medellín, diciembre de 2014. Foto de H. D. Gómez A.)

"No busques que dar. Date a tí mismo" S.Agustín 

En esta época de buena disposición de los corazones, quiero extender a los queridos gestores culturales que visitan este  blog la bendición que, a mi juicio, es el compendio  de los valores de empatía y alteridad:  

“QUE DIOS LE CONCEDA EL DOBLE DE LO QUE USTED ME DESEA”

Desde luego esta no es una sentencia tomada de san Agustín, sino que fue copiada de un aviso muy común -que los conductores suelen poner en las cabinas de los buses urbanos- generalmente seguido de otras advertencias no tan metafísicas y menos altruistas, como:

“NO TRAIGA MACHETE, AQUÍ LE DAMOS”

"ENTRE MÁS TIMBRE, MÁS LEJOS LO LLEVO" o,

“SI EL NIÑO ES DEL CHOFER, ENTONCES NO PAGA PASAJE”

Ahora bien, ante la andanada de palabras  trilladas y el tráfico de frases hechas, mejor comparto con ustedes  el silencio reparador, propicio para el encuentro  con la esperanza.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Reivindicación del asterisco (*)


(diente de león, créditos foto: www.taringa.com)


(*)


El asterisco es una flor de tinta atrapada en un folio.

Se me ocurre que algún leguleyo inveterado le atribuyó (en día aciago) al indefenso asterisco, el uso mezquino que le da la segunda acepción del diccionario de la RAE para indicar que una forma, palabra o frase es hipotética,(…)”  Según eso, el asterisco es una entelequia, una cosa irreal, (para seguir con las segundas acepciones de la RAE).

Y esa triste flor ortográfica, el asterisco, digo, después de ser embalsamado con tinta indeleble por algún rábula, según creo, fue esclavizado entre dos paréntesis para llamar eternamente a engaño a los incautos. Para erigirse en el signo oficial de la trampa impresa.

Hoy vemos al pobre asterisco debutando de calanchín en las abstrusas ofertas de los supermercados y en los folletos falaces de los operadores de telefonía celular.

El asterisco es el bufón de la excepción, el sofisma del ardid, la condición resolutoria del tejemaneje. Pobre asterisco.

Un día de estos saldré con un borrador de tinta y una espátula vengadora para liberar al asterisco de los paréntesis constrictores que lo atormentan, y así devolverlo al espacio aéreo para que recupere su ingrávida condición de hélice libérrima o de inflorescencia de diente de león, digna de mejor causa.

miércoles, 8 de octubre de 2014

¿A quién le interesa desalentar el uso del SITP?


(Bus SITP, foto de H. Darío Gómez A. Bus viejo, foto de www.flickr.com)


Don Enrique Santos Molano, siempre tan acertado en sus opiniones acerca del transporte público en Bogotá, nos pone de manifiesto en su artículo de hace unos días en EL TIEMPO las bondades del Sistema Integrado de Transporte Público (SITP por su sigla).

Yo comparto su criterio en cuanto a la comodidad e higiene de los buses, la amabilidad de la mayoría de sus conductores y el hecho de no viajar espichado. Sin embargo, me aparto de su percepción idealizada en cuanto a la frecuencia puntualísimade ocho minutos. En efecto, como usuario frecuente del SITP he tenido que padecer un fenómeno que yo, malpensado como soy, atribuyo a la teoría de la conspiración.  Pareciera que los mismos operadores (a regañadientes) del sistema prestan deliberadamente un mal servicio para desalentar su uso por parte de los ciudadanos, con el fin mezquino de condenar al fracaso el modelo. Sucede que los usuarios del SITP, conocedores de las bondades que cita el periodista Santos Molano, esperamos juiciosos en los paraderos demarcados la llegada de los buses azules que, no con una frecuencia de ocho minutos, sino a veces de hasta treinta minutos, pasan impasibles sin dignarse parar en los sitios designados, pese a la señal insistente (impotente) de los pasajeros que, frustrados e indignados con la tarjetica verde en la mano, los vemos pasar. Por otra parte, es inexplicable que haya tanto bus del SITP circulando por las vías (contribuyendo a los atascos) sin oficio ni beneficio, portando sendos avisos ofensivos para los pasajeros ilusorios donde se lee: EN TRANSITO (¿al limbo?).


Escuchaba hace unos días (es imposible no atender las conversaciones ajenas en un bus) a unos pasajeros, quizá dueños de buses, conversar sobre la rentabilidad mensual de una buseta frente a un bus afiliado al SITP. Mientras aquella deja en metálico cinco millones de utilidad, decía uno de ellos, el bus afiliado al SITP deja sólo tres millones de pesos. Es natural, porque la buseta circula sin estándares mínimos de comodidad, higiene y mantenimiento y sus conductores están sometidos a la informalidad laboral y por ende, a la guerra del centavo, mientras que el vehículo de transporte público del SITP debe cumplir con todas las normas legales. Y eso cuesta. De ahí que (afirmo a riesgo de teorizar sin mucho fundamento) a los mismos operadores del SITP les conviene prestar  un mal servicio para que las autoridades de la movilidad aborten el proyecto y se vuelva a la informalidad, al caos, en fin, a la infame guerra del centavo a expensas de la comodidad, seguridad y dignidad del sufrido pasajero. Esa es mi peregrina teoría de la conspiración en el SITP.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Peligros de la acera o el riesgo de ser peatón



Ayer caí en una alcantarilla. Era cuestión de tiempo. “Cosa de esperarse en cualquier momento”, me dijo mi adorada Inés Elvira con ese fatalismo dramático de los que tienen la razón. “Como si te hiciera falta caminar del timbo al tambo teniendo el carro guardado en la casa”, me reprochó remachando el clavo cuando le narré el incidente. De nada valió mostrarle la rodilla raspada, el pantalón de buen paño echado a perder y la dignidad, literalmente, revolcada por el piso. “Bien hecho, para que aprendas a no andar por ahí caminando distraído como un zombi”, sentenció doña Inés sin conmiseración. Digo mal. Si la tuvo después del regaño.

Pero resulta que caminar es mi única fuente de inspiración, mi forma particular (y barata) de catarsis. Como sea, lo cierto es que un peatón siempre está expuesto a los riesgos inherentes a su condición pedestre: atraco, alcantarilla abierta, abono orgánico de origen animal, aire contaminado, agua lluvia (¿ácida?), atropellamiento por cuenta de bicicleta, moto, carro, bus o camión (y conste que sólo se anotan los riesgos comenzados por la letra a), qué sé yo. Las aceras bogotanas, producto de nuestra desarticulada arquitectura urbana, son verdaderas pistas de obstáculos donde el peatón se enfrenta a desniveles, salientes, gradas, alcantarillas mal tapadas, bolardos, adoquines sueltos (que lanzan chisguetes de barro), en fin, trampas que pueden llegar a ser mortales para los ciudadanos, que, como este que les escribe, circulan de buena fe por la calle. Así pues, cuando se transita por las orillas enlosadas de la vía pública, uno siente como si estuviera subiendo y bajando sin rumbo por las escaleras imposibles de un grabado de M.C. Escher.

Por otra parte, el encanto de caminar en la ciudad compensa con largueza los riesgos referidos. Como en el cuento de las escaleras para subir de espaldas (el de Cortázar), hay cosas que sólo se dejan ver de los que viajan a pie. Hay portentos que no se pueden ver desde el vidrio panorámico del automóvil o la ventanilla del autobús. Hay satisfacciones, como la de poderles contar estas bobadas, que sólo se obtienen merced a la impenitente costumbre de andar a pie. Con frecuencia me detengo frente a los horrorosos edificios-vitrina de los “Gym-spa” para observar el mito de Sísifo que se materializa en las muchachas que caminan de prisa sobre una banda sinfín que no les permite avanzar por más esfuerzo que hagan. Pobres. Ellas, a su vez, me miran a través de la vitrina y piensan que soy miserable por estar afuera aguantando frío y respirando el esmog. Pobre (dirán). Alguna vez me regalaron un bono por un mes de gimnasio que no quise utilizar por la razón inapelable de la claustrofobia. Nada que hacer. Soy un hombre de la calle.

De modo que seguiré siendo peatón a pesar de los riesgos derivados de la locomoción en dos patas, por lo menos hasta que el uso de caminar sea proscrito, mal visto e incluso sancionado por la ley penal, ya no digamos por los riesgos físicos antedichos, sino por los metafísicos que prefiguró en 1951 para el (no muy lejano) año 2052 Ray Bradbury en su inquietante cuento “el peatón”.

¡OTRA VOZ!

-Algún día arreglarán las aceras.
Afirma doña Inés con optimismo desinflado.
-Eso será por las calendas griegas.
Respondo yo.

O sea, nunca.

(créditos foto: "The hage" MC Escher, foto de Catherinesw,  www.flickr.com)

martes, 29 de julio de 2014

La ley de los números grandes



"El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla, está hecho". Groucho Marx

No soy bueno para los números. Y atribuyo tal falencia a mis profesores del colegio, que, con su pedagogía de la férula, insuflaron  en mi mente el terror por las matemáticas. Tarde llegó a mis manos ese maravilloso libro denominado “El hombre que calculaba”, una suerte de“mil y una noches” de las operaciones aritméticas.  De haberlo encontrado en mi época escolar, otro gallo cantaría.

El hecho es que soy poco versado en el asunto, pero tengo el suficiente sentido común  para entender que los banqueros son amantes de los números grandes. Eso es evidente, como quiera que también son grandes sus rebaños. Y ni que decir tengo de sus impúdicas utilidades.  De manera que para administrar eficientemente tal abundancia, ellos aplican la que he dado en llamar –teorizando sin ningún fundamento- “Ley de los números grandes”, que no debe confundirse con la “Ley de los grandes números”, aplicable al estudio de la probabilidad, muy útil en los cálculos actuariales de las Compañías de Seguros. Digamos que en este caso el orden de los factores si altera el producto.

¿Y en qué consiste la fementida Ley de los números grandes? Para responder a esta pregunta me remito a las recientes declaraciones de la presidenta de la Asociación Bancaria, quien afirmó con su acostumbrado tono soñoliento que en Colombia existen más de dieciocho millones de ciudadanos “bancarizados”. Lo anterior quiere decir que el cuarenta por ciento de los colombianos está vinculado a la banca, ya sea mediante  una cuenta corriente o una de ahorros.  Y no necesariamente por su propia voluntad, pues hasta la población desplazada víctima del conflicto está recibiendo las “ayudas” del estado a través de tarjetas débito emitidas por los bancos. Lo mismo pasa con los trabajadores que se ven obligados por sus empleadores a constituir onerosas cuentas de nómina para recibir sus salarios.  Ahora bien, es conocido que en Colombia los bancos cobran a sus clientes hasta por la sonrisa, y es allí donde radica la rentabilidad de la Ley de los números grandes, sin perjuicio de las tasas de interés que, como sabemos, son de las más altas del mundo, amén de  los pequeños “ajustes al peso”, las equivocaciones “de buena fe”, y los servicios cobrados pero no prestados, que merecen capítulo aparte.

Como no soy bueno para los números, no alcanzo a calcular las ganancias que reciben los bancos por los millones de transacciones –muchas de ellas innecesarias- que obligan a realizar a sus clientes cautivos, merced a la Ley de los números grandes. Pero intuyo que son muchas, y sin causa. Bien lo dice el Eclesiastés: todo tiene una ley, pero esa ley no podemos comprenderla. También dice el hagiógrafo que “las riquezas no dan la felicidad, sino que quitan la paz.”. Y nosotros, los ciudadanos de a pie, sabemos que es perecedera la alegría que producen las cosas materiales. Sin embargo los banqueros, que son más prácticos que religiosos, se dedican tranquilamente a la usura sin hacer mucho caso a las sagradas escrituras.

Como ya habrán descubierto a estas alturas queridos peatones, mi Ley de los números grandes es un verdadero disparate. Una ficción tan absurda como la triste realidad que nos rodea. Pero esa Ley es de la misma estirpe de la Ley del embudo y de la Ley del más fuerte, y los banqueros lo saben. Ya tienen cautivos a dieciocho millones de colombianos, y vienen por más. De modo que no se dejen adormecer por el tono abúlico de la señora presidenta de ASOBANCARIA. Los banqueros son muy despiertos.

Así las cosas, con el ánimo de ser propositivo y no aparecer ante ustedes como un resentido sin ideas, me permito invitarlos a ejercer pacíficamente el derecho a la “desobediencia civil”, o mejor, a la  “desobediencia financiera”- si se me permite el término- para contrarrestar los efectos perniciosos de la mencionada Ley, así:

  • En lo posible no tenga su dinero en el banco.  Guárdelo mejor en el dobladillo de las cortinas de su cuarto, o debajo del colchón si la imaginación no le da para más. Si entran los ladrones a su casa, es preferible que se lo roben ellos –a lo mejor lo necesitan más que usted-  a que se lo esquilme el banco.  Si no está muy seguro de este consejo, recuerde entonces la máxima de Bertolt Brecht según la cual es más criminal el que funda un banco que el que lo asalta.
  • Cuando salga a la calle nunca  pague con tarjetas de crédito o débito.  Cancele en efectivo lo que se va a comer, a poner, a mirar, o a tomar.  Es mejor tener billetes en el bolsillo para que cuando lo atraquen –no se llame a engaño, en Bogotá algún día lo van a atracar-  tenga metálico con qué negociar su vida.  Sólo así podrá usted discernir la paradoja planteada por Ambrose Bierce respecto del viajante asaltado por un bandolero, que debe decidir entre la bolsa o la vida: si escoge la bolsa, no podrá disfrutarla sin la vida; y si escoge la vida,  será una vida muy triste sin la bolsa y además será una vida inútil que no le sirvió ni para salvar la bolsa.
  • No compre en los grandes supermercados. Cómprele mejor al tendero de la esquina que no maltrata a sus proveedores y no obliga a sus trabajadores a mendigar el sueldo con las “propinas voluntarias” de sus clientes.  Además el vecino de la esquina le fía. Busque también los mercados campesinos y los grupos de comercio justo.
  • Vuelva al trueque: cambie un curso de esperanto por unas carpetas en macramé,  la calzada de una muela por un repuesto para la olla “express”, media libra de azúcar por un beso dulce de la vecina -transacción meliflua-, una clase de matemáticas por un kilo de moras, una consulta médica por una torta de ahuyama de la abuela, una mochila por una ruana, un sombrero por un balón o un memorial por una invitación a almorzar. Saque de su vida al dinero plástico.

Quién quita que con muchas transacciones solidarias, justas y extrabancarias le cambiemos a la Ley de los números grandes ese tufillo de avaricia, por aire limpio para respirar.

créditos foto: Performance de Alejandro Gómez 

jueves, 26 de junio de 2014

Trueque en la plaza de Engativá



“cambio mi vida por lámparas viejas, 
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...
...la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca... “

León de Greiff

En Colombia se acuñó hace más de treinta años el concepto de nuevos ricos para referirse a una clase emergente que pelechó a la sombra del narcotráfico y la corrupción. Hoy, sin embargo, como consecuencia del desempleo rampante y merced a la ausencia de políticas gubernativas de apoyo al emprendimiento, al empleo formal y digno, se ha ido desvaneciendo la clase media para dar paso a otra clase social conocida como  nuevos pobres. O pobres vergonzantes, como llamaba mi abuela Sofía a las personas acomodadas que caían en desgracia financiera de un momento a otro, de suerte que debían acudir a familiares y amigos para solicitar su apoyo en las aulagas, ya fuera de manera desinteresada o incluso a cambio de los bienes adquiridos en mejores épocas. Lo cierto  es que por las dificultades económicas muchas personas han perdido su capacidad dineraria para el consumo formal, y como si fuera poco, tampoco tienen acceso al crédito.  Esta situación ha obligado a muchos bogotanos a pensar en el trueque como una estrategia de supervivencia digna.  Al menos esa es la intención de algunos ciudadanos de Engativá que respondieron hace varios meses a la convocatoria del Comité de Productividad de esa localidad.

En un interesante artículo sobre el trueque contemporáneo en Argentina, Bárbara Rossmeissi escribió lo siguiente: La filosofía del trueque se basa en la reinvención del mercado que funciona de manera paralela a la economía normal, no persiguiendo, sin embargo, los valores de ella. No se caracteriza por el lucro y la especulación sino quiere establecer un modelo económico más humano a través de los principios de solidaridad, confianza y reciprocidad.”

Quizá los primeros vecinos de la localidad décima de Bogotá que practicaron el trueque fueron los muiscas de Ingativá que intercambiaban  panes de sal y mantas de algodón por oro y frutas de tierra caliente con los Panches -bravos guerreros del suroeste- en el mercado fronterizo de Pasca, mucho antes de que Adam Smith apareciera con su libre competencia a complicarlo todo.  A diferencia del economista escocés, nuestros ancestros sabaneros no hubieran concebido que el egoismo de los particulares  guiado por la “mano invisible del mercado lograría, a la larga, el bienestar general". De hecho, nuestros aborígenes no conocían el concepto de propiedad privada. Sus casas no tenían seguridad. Era innecesaria, porque como relata el cronista Palafox y Mendoza, citado por Arciniegas: ”… en sus tierras, donde no hay sino indios, no tienen más cerradura en sus puertas que la que basta a defenderlas de las fieras, porque entre ellos no hay ladrones, ni qué hurtar, y viven en una santa ley, sencilla y como era la de la naturaleza””.

No obstante, los europeos que llegaron al Nuevo Mundo lograron imponer, "a la larga", las teorías aconómicas de Smith, que, si bien propiciaron el bienestar en otras latitudes, en la nuestra no hicieron más que fomentar la exclusión y la precarización de los derechos sociales. Hoy en día hasta el acceso a la salud obedece a la lógica del mercado que regula con su “mano invisible” los derechos fundamentales de los ciudadanos.

El hecho es que en la mañana de un sábado soleado de agosto me encontraba sentado y expectante bajo una carpa de la plaza de mercado del barrio Boyacá Real, en compañía de veinte asistentes al taller del trueque.  Don Alberto Ariza, el tallerista que pertenece al Comité de Productividad Local, es un sociólogo maduro y muy amable al que le caben en la cabeza los indicadores macro económicos de su localidad.  Engativá, nos dijo, ocupa el noveno lugar en extensión territorial, tiene el 11% de la población total de Bogotá y es además muy productiva, ya que contribuye con el 12.5% del PIB de la ciudad. Sin embargo, según el estudio realizado por la Casa de Control Social en 2009 (Plan de Desarrollo Económico, Social Localidad 10, 2009-2012), Engativá tiene una de las mayores tasas de desempleo de la ciudad: 13,5%.  Una paradoja.

Para explicarnos el cuento del trueque, don Alberto nos entregó dos cartulinas: una verde y otra amarilla. Nos pidió escribir en la verde un bien o servicio que tuviéramos para intercambiar, y al respaldo tocaba poner el valor que, a nuestro juicio, pudiera tener la mercancía objeto del intercambio. En la cartulina amarilla, de otra parte,  había que consignar los bienes o servicios que estuviéramos necesitando. Siendo así las cosas, escribí en mi cartulina verde lo siguiente: “consulta de abogado experto en seguridad social”; y al respaldo: $45.000.  En la amarilla me limité a garabatear: “alimentos”. Realizado lo anterior, y con el fin de mejorar nuestro entendimiento del asunto, don Alberto nos reiteró que todos somos a la vez productores y consumidores de bienes; es decir,"prosumidores". Con tal advertencia se iniciaron los encuentros ("rueda de negocios") del trueque.

Mi primer contacto fue con doña Gloria Restrepo, una dama antioqueña que elabora estupendos adornos en bisutería fina.

Son de piedras semipreciosas y material quirúrgico -me aclaró con vehemencia, como para que no me equivocara.

Me gustó un collar  de piedras negras que doña Gloria tasó en sesenta mil pesos; esto es, quince mil más que mis honorarios por consulta profesional de abogado experto en seguridad social. Infortunadamente no le interesaron mis servicios ya que ella forma parte de la red de control social de Engativá, y con toda seguridad allá saben más del tema que el suscrito. No hubo trueque.

El segundo intento fue con doña Margarita Godoy, otra dama muy elegante y bonita que me ofreció sus servicios para acompañar adultos mayores o niños con limitaciones de salud. Eso en cuanto a servicios. En cuanto a bienes, disponía de una papaya para intercambiar.

-Esta vale tres mil pesos -me dijo con desparpajo mostrando su fruta en sazón, y se echó a reír con ganas.

Tenía doña Margarita una consulta que hacer acerca de un derecho de petición a una EPS (aseguradora) para acceder a un servicio de salud que le fue negado de manera injusta.  Yo le dije que con mucho gusto absolvería su consulta pero que, por mi parte, aún no requería sus servicios de compañía, ya que apenas tengo algo más de medio siglo de edad y me encuentro en buen estado de salud (eso creo). De modo que acepté la papaya como contraprestación, aunque eran diferentes nuestras unidades de medida.

-       He allí uno de los elementos esenciales del trueque: la unidad de medida. –nos aclaró don Alberto Ariza.

Según entendí, es preciso acordar primero la unidad de medida para que pueda avanzar la transacción. Así por ejemplo,  si estimo mis honorarios en cuarenta y cinco mil pesos, y la papaya vale tres mil (y, pongamos por caso, la unidad de medida escogida para la transacción coincide con el valor de la papaya), entonces doña Gloría  debía pagar mis honorarios con quince papayas. Pero ella sólo tenía una y así lo acepté. Además, ¿que haría yo con tantas?, ¿dar más papaya?. El punto, sin embargo, es que en nuestra transacción primó el valor de uso sobre el valor de cambio. Estuvo ausente de nuestro negocio la utilidad fría y calculadora del señor Smith; ganó la solidaridad.

Finalmente me reuní con doña Rosaura, una tierna viejecita que atendió mi discurso de venta de servicios como quien oye llover.  Ella no sabía para que sirve un abogado experto en seguridad social. Bien mirado el asunto, yo tampoco lo sé.  Pero ese es otro problema. Preguntada doña Rosaura si tenía algo para intercambiar, esbozó una sonrisa tímida, como de colegiala,  y me dijo que no tenía nada que dar.

-¡cómo que nada!, doña Rosaura, si toda su experiencia y sabiduría acumuladas  son valiosísimas. Es mucho lo que tiene para dar. – la apremié.

-puedo darle un consejo. – me respondió al fin la buena señora.

-imposible dar un bien más valioso, doña Rosaura. -le respondí emocionado y le dí un abrazo.

¿Y cuánto vale un consejo? Vale lo que cuesta una vida si el consejo sirvió para salvarla; o lo que vale una empresa librada de la quiebra inminente por un dictamen oportuno (justamente para eso están los Consejos de Administración). Sólo Dios sabe cuánto vale un buen consejo. Pero sucede que en nuestra sociedad de tecnócratas adolescentes la experiencia venerable de los ancianos no es tenida en cuenta, de modo que con frecuencia estos “yuppies” caen al abismo con todo el peso de su soberbia.

Hubo esa mañana muchos ejercicios de intercambio: clases de sistemas por cursos de pintura; bufandas de lana por arepas de quinua; lechugas orgánicas por pulseras de fantasía, experiencias, en fin,  que por supuesto no bastaron para lograr una comprensión total de esa economía alternativa (tampoco era el objetivo del taller). Sin embargo se logró la adhesión de muchos ciudadanos de Engativá a la causa del trueque.  Un buen principio. Una esperanza para los ciudadanos excluidos del comercio formal y para las víctimas de los bancos gobernados por la usura y el lucro a costa de la ruina del prójimo.

Créditos foto: H. Darío Gómez

jueves, 22 de mayo de 2014

El mal negocio de votar por la guerra

(Ave marina. Foto de Rafael Gómez Bedoya)


El negocio de la venganza privada con recursos del erario, o sea, por cuenta de nuestros impuestos, es muy lucrativo. Y por ende, la continuación de la guerra por encargo. Pelechan los traficantes de armas, los guerrilleros infames que financian sus atrocidades con el narcotráfico, las bandas criminales neo fascistas al servicio de intereses mezquinos y, cómo no, la fuerza pública (excluidos los soldados y policías conscriptos que exponen el pellejo a cambio de nada) que recibe sus prebendas del jugoso presupuesto anual para la defensa, cercano a los treinta billones de pesos, sin contar los recursos que recibe del Plan Colombia y otras fuentes.

Las cuentas para el resto del pueblo colombiano, sin embargo, no cuadran: decenas de niños bomba armados de modo cobarde por la guerrilla para que explote en átomos su inocencia, cientos de víctimas desmembradas por las tenebrosas “bacrim”, miles de soldados regulares (no profesionales) utilizados como señuelo por sus superiores para que caigan en las celadas terroristas y que luego son devueltos a sus madres en pedazos o en un cajón cubierto con la bandera de una patria indolente que les niega el mínimo bienestar después de haberlo dado todo por ella, en fin, diez miles, o mejor, cien miles de desplazados por cuenta de la violencia inveterada que nos asuela.

 

Sería interesante cuantificar las pérdidas, ya no digamos humanas, sino económicas que produce la guerra. Al fin y al cabo para los economistas neoliberales todo se reduce a plata. Quizá entonces también ellos verían que la paz puede ser un negocio rentable.

De manera que antes de pasar por la urna, ocurre deliberar sobre la utilidad de nuestro voto de cara al proceso de paz en ciernes.  Por mi parte, daré un voto de confianza para que algún día se acabe la guerra en este país tan atribulado por las armas.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Diccionario del diablo, edición electoral: letra A

 
(Avispero en la ribera del río Calandaima, Apulo, Cundinamarca. Foto de H. Darío Gómez A.)


Por estas calendas electorales (y por abulia creativa ante nuestra patética contienda presidencial), se me ha ocurrido seleccionar algunas definiciones del “Diccionario del diablo”, donde  Ambrose Bierce, siempre tan acido, describe la realidad politiquera que gobierna nuestros destinos.  Por cuestión de espacio sólo transcribo las proposiciones de la letra A, aplicables (a mi juicio) a nuestro lamentable estado de cosas.
Abandonado, s. y adj. El que no tiene favores que otorgar. Desprovisto de fortuna. Amigo de la verdad y el sentido común.
Absoluto, adj. Independiente, irresponsable. Una monarquía absoluta es aquella en que el soberano hace lo que le place, siempre él plazca a los asesinos (…)
Absurdo, s. Declaración de fe en manifiesta contradicción con nuestras opiniones. 
Adherente, s. Secuaz que todavía no ha obtenido lo que espera.
Admiración, s. Reconocimiento cortés de la semejanza entre otro y uno mismo.
Admitir, v. t. Confesar. Admitir los defectos ajenos es el deber más alto que nos impone el amor a la verdad.
Adoración, s. (…) Forma popular de la abyección que contiene un elemento de orgullo.
Adorar, v. t. Venerar de modo expectante.
Africano, s. Negro que vota por nuestro partido.
Alianza, s. En política internacional la unión de dos ladrones cada uno de los cuales ha metido tanto la mano en el bolsillo del otro que no pueden separarse para robar a un tercero.
Amistad, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.
Amnistía, s. Magnanimidad del Estado para con aquellos delincuentes a los que costaría demasiado castigar.
Antiamericano, adj. Perverso, intolerable, pagano.
Antipatía, s. Sentimiento que nos inspira el amigo de un amigo.
Año, s. Período de trescientos sesenta y cinco desengaños.
Apelar, v. i. En lenguaje forense, volver a poner los dados en el cubilete para un nuevo tiro.
Aplauso, s. El eco de una tontería. Monedas con que el populacho recompensa a quienes lo hacen reír y lo devoran.
Arena, s. En política, ratonera imaginaria donde el estadista lucha con su pasado.
Aristocracia, s. Gobierno de los mejores. (En este sentido la palabra es obsoleta, lo mismo que esa clase de gobierno). Gentes que usan sombrero de copa y camisas limpias, culpables de educación y sospechosos de cuenta bancaria.
Arrepentimiento, s. Fiel servidor y secuaz del castigo. Suele traducirse en una actitud de enmienda que no es incompatible con la continuidad del pecado.
Audacia, s. Una de las cualidades más evidentes del hombre que no corre peligro.
Ausente, adj. Singularmente expuesto a la mordedura de la calumnia; vilipendiado; irremediablemente equivocado; sustituido en la consideración y el afecto de los demás.

martes, 6 de mayo de 2014

Siguiéndole la cuerda al escritor Fernando Vallejo

Voto en blanco en la primera vuelta de las presidenciales

(Créditos foto: Konnor, www.morguefile.com)


Aunque me pareció absurdo tener que pagar una boleta para mirar en la Feria del Libro de Bogotá los mismos ejemplares que la señora Albita me permite ojear gratis (aun sin comprarlos luego) en la librería Lerner, ayer domingo 4 de mayo salvé lo de la entrada escuchando en vivo y en directo la diatriba del escritor Fernando Vallejo contra nuestra roñosa clase política. Y, en efecto, me convenció de votar en blanco en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del próximo 25 de mayo. Más aún cuando el controvertido personaje nos puso de presente que:

“Nosotros tenemos la oportunidad de darles una lección a estos sinvergüenzas en la primera vuelta”, 

“Una sociedad no se puede manejar con el voto en blanco porque alguien tendrá que poner orden, alguien tendrá que subir, pero que llegue debilitado para que no nos atropelle”.   

Contundente y práctico consejo.

jueves, 6 de marzo de 2014

EL PEATÓN: Guía zurda de Bogotá I

EL PEATÓN: Guía zurda de Bogotá I: Comentario Preliminar Por ser este su espacio natural, he decidido publicar en varias entregas semanales las veinticinco crónicas brev...

viernes, 28 de febrero de 2014

El Régimen Subsidiado de Salud a lo montañero



(En cómodos fascículos semanales)
(Créditos: caricatura de Matador, www.eltiempo.com)



Dictado por el maestro Feliciano Ríos (zapatero remendón) al peatón, que funge como Secretario Ad Hoc.
Por: H. Darío Gómez Ahumada, febrero de 2014



INTRODUCCIÓN

Igual que el esqueleto que sacan del escaparate cada que hay clase de anatomía en la escuela, así mismo salgo yo de mi zapatería cuando se necesita, pa contarles lo que sé de algunos temas. En esta ocasión me desempolvaron dizque pa que les hable sobre la atención médica de la población de pata al suelo. El régimen subsidiado de salud que llaman. ¡Qué hijuemadre ladrillo el que me encargaron! Mas aunque yo no sé leer, muchos me escriben… por algo será.

Pero antes de lanzalres el primer ladrillazo, es menester que me presente. Soy Feliciano Ríos, el zapatero inmortal que les contó, primero al caldense Rafael Arango Villegas(1), y luego al tal Argos, un ingeniero antioqueño cuyo nombre de pila era Roberto Cadavid Misas(2), muchas anécdotas de la historia sagrada. Claro está que esos dos señores si eran escritores de verdad, no como el secretario que me tocó hoy, que es un rolo medio desabrido, pero eso sí, con ancestro antioqueño. ¡Pior es nada! y para algo habrá de servir. Todo sea por la memoria de su padre nacido en la “Bella Villa” y de su tía abuela Sótera, la solterona, que era de Pácora, Caldas (muy esdrújula la señora). O sea que ustedes sabrán perdonar los errores, pero todos son imputables al tangalón este que tengo ahora de amanuense, que no por haber nacido en la capital deja de ser montañero, igual que su padre.

Bueno. Pues les cuento que yo si he bregado mucho con eso de la salud, de modo que he aprendido a conocer mis derechos a punta de tutelas y peticiones. Un amigo letrado dice que ahora toca pedir las citas médicas en los juzgados. ¡Qué carajada! Así no debe ser la cosa. Por eso les voy a contar en cómodas cuotas semanales (para que no se me vayan a aburrir), cómo es que funciona el acceso a la salud, y así no tengan que estar voliando pata de dispensario en dispensario a ver si los atienden, como me ha tocado a mí por andar más vaciado que un sanitario.

Así, pues, los espero la próxima semana, muchachas y muchachos. Vayan preparando papel y lápiz, y las muchachas de más de treinta y ocho (porque no soy viejo verde), traigan unas foticos pa cargarlas en mi carriel.

(1)    Arango, Villegas, Rafael, “Bobadas mías”
(2)    Cadavid Misas Roberto, “Argos”, “Cursillo de Historia Sagrada”

(II)

¡Salud, jóvenes!

Así, con tan saludable saludo, comenzaba yo a contarles la historia sagrada hace más de treinta años, es decir, mucho antes de que entrara a regir la famosa Ley 100 de 1993 que estableció la nunca bien entendida Seguridad Social en Salud. Antes de eso, a los pobres nos tocaba, en caso de enfermedad, acudir a los hospitales públicos o a los de caridad, administrados en su mayoría por monjitas o curas; mejor dicho, de cuenta de las empanaditas parroquiales. Había buena voluntad pero pocos recursos. ¡Gracias a Dios que, como pobres, no nos hace falta sino lo necesario! afirmaba misiá Sótera, la tía abuela del tarambana este amanuense mío que, a propósito, nunca viajaba con curas, porque también solía decir: ¡viaje con cura, varada segura! Yo tengo para mí que era más bien para no escucharle el sermón al sacerdote. Perdonen la pendejada, pero es que uno, de viejo, no vive sino de los recuerdos. De suerte que, como les venía diciendo, a veces no era posible obtener atención médica y, lo peor, no existía la manera que hoy tenemos para exigir el acceso a la salud.

Tal era la película en blanco y negro, jóvenes. Para muchos de nosotros el médico era el boticario de la esquina, la matrona, el sobandero o el yerbatero. Claro está que sus conocimientos son útiles y beneficiosos, pero hay enfermedades cuyo tratamiento escapa a su experiencia y saber ancestral, males que no se curan ni siquiera con:

“Agüita de manzanilla,
Tisana de ron y eneldo,
La raíz del limoncillo
Y un manojito de espliego” (3)

Después de la mentada ley 100 no es que haya cambiado mucho la cosa, ni que hayamos dejado de ser pobres, no.  Lo que pasa es que ahora la atención de la salud es un derecho y no un mero acto de caridad. Una reivindicación, como dicen los sabedores de la OIT(4) por allá en Ginebra, pero no la del Valle del Cauca, donde hacen el mejor sancocho de gallina en fogón de leña, sino la de Suiza, donde no saben hacer sino chocolates y relojes que, como decía mi padre: ¡reló, herramienta, mujer, hay que tenerlos buenos, o no tenerlos!

Ahora bien, jóvenes; resulta que la mugre ley 100 es un libraco tan pesado como un yunque, y está cundido de nombres raros y siglas que, antes de continuar con la clase toca definirlos porque si no, será más fácil entender los artículos de fe del catecismo del padre Astete.  Pero eso lo haremos en la próxima clase.

(3)     Jaramillo Escobar, Jaime, “Alheña y Azumbar”
(4)     Organización Internacional del Trabajo.

(III)
GLOSARIO DEL RÉGIMEN SUBSIDIADO DE SALUD

“A despecho de muchos metafísicos, el nombre no es la cosa”, decía mi profesor  Gaviria(5), un señor muy letrado parecido a Papá Noel. Mas aunque yo no sé mucho de filosofía, creo que en muchos casos el nombre nos ayuda a comprender la cosa. Y nuestra bendita ley 100 de salud sí que está llena de nombres curiosos (como les conté en la clase anterior),  que desde luego conviene definir para que me entiendan mejor estas lecciones tan aburridoras pero necesarias. Acuérdense, muchachas y muchachos, que quien no conoce sus derechos, mal puede exigirlos. ¡Ah, caramba, agüita pal orador!

En fin, como yo soy tan desordenado (miren nomás mi taller de zapatero), no voy a decirles las definiciones en orden alfabético (que es como debiera), sino en el orden en que se me vienen a esta mente de “mente”, ¡otra voz!, mente de viejo (para el caso lo mismo da), que es como una revueltería de olvidos y recuerdos. Inicio, pues, con las siguientes definiciones que no por libres son menos acertadas:

SISBEN: ¿Qué es el SISBEN?, mejor comienzo diciéndoles lo que no es, porque así es más fácil de explicar: el tal SISBEN no es un derecho, ni un régimen de afiliación a la Seguridad Social en Salud. ¿Y entonces, qué es?, se preguntarán ustedes…… y yo les responderé que el SISBEN es una sigla que significa: Sistema de Identificación de posibles Beneficiarios de programas sociales del Estado. Eso es, hagan de cuenta, una encuesta parecida al censo de población, inventada por el Gobierno Nacional, que le aplican los territorios a la gente pobre y vulnerable para medir sus condiciones de precariedad (otro nombre para la pobreza), de modo que, entre más vaciada, la gente tiene mayor prioridad para ser beneficiaria de los programas sociales de los departamentos, distritos y municipios, entre ellos, la salud, cómo no. En otros países miden la riqueza, pero acá estamos tan mal, que nos toca medir la pobreza de uno a seis, donde los paisanos calificados con uno (I) son los más pobres y los que sacan seis (VI) ya no son pobres. Así que escondan el Betamás cuando les llegue a la casa el encuestador del SISBEN, no vaya a pensar que por tener un electrodoméstico tan bacano ustedes ya no son de pata al suelo como el suscrito, y pierdan el subsidio. Mentiras, es por charlar. Al contrario, esas encuestas tienen que ser muy responsables para que no haya injusticia, es decir, que le den al que no necesita o le nieguen al que está de verdad necesitado. O mejor en palabras del poeta Campoamor:

"Pues, como dice el refrán,
en esta santa misión
no están todos los que son
ni son todos los que están" (6)

¡Ahí ta la Virgen! Lo cierto es que con el SISBEN los departamentos, distritos y municipios pueden asignar de manera más equitativa (focalizar dicen) los subsidios a la demanda, que así es como llaman a los subsidios de salud con que las personas se pueden afiliar al Régimen Subsidiado a través de una Entidad Promotora de Salud (EPS), siempre y cuando hayan sido ponderados como pobres de los niveles uno (I) y dos (II) y en algunos casos tres (III) en la encuesta SISBEN. ¿Entendieron? Si no, pregunten de una vez o averigüen con don Aníbal, el de la farmacia, que les aplicará donde sabemos otra dosis más dolorosa... de verborrea, digo.

Régimen Subsidiado: Es la forma de afiliación de la población de pata al suelo (pobre y vulnerable de los neveles I al III del SISBEN, o sea sin capacidad de pago) a la Seguridad Social en Salud, mediante el otorgamiento de subsidios a la demanda (los que les expliqué arriba, ¿se acuerdan?). Con estos subsidios, el departamento, distrito o municipio paga a la EPS, de cuenta de cada afiliado, la afiliación al Régimen Subsidiado de Salud, ¿me siguen?  

Ahora ya les queda claro que uno no se afilia al SISBEN, que es una encuesta (o mera preguntadera) con calificación de pobreza, sino que uno se afilia es al Régimen Subsidiado de Salud, a través de una Entidad Promotora de Salud o EPS, que llaman, de cuenta de los subsidios que otorga el ente territorial (departamento, distrito o municipio) a la gente de pata al suelo. 

Bueno, pues, muchachas y muchachos. Así, poco a poco, como aplicando un supositorio, los voy introduciendo en esto del Régimen Subsidiado de Salud. Por hoy ya estuvo bien la cosa. Hasta el próximo fascículo (por aquello del supositorio). ¡Pórtense bien pa que pasen maluco!



(5)    Gaviria Díaz, Carlos, Prólogo a “La voz del viento”, selección de artículos de Carlos Castro Saavedra, Editorial Universidad de Antioquia, 1989.
(6)    Argos, "Refranes y dichos", Editorial de la Universidad de Antioquia, 1996.

(IV)

¡Buenos días juventud! (de 9 a 90 años). Hace ocho días comenzamos el glosario del Régimen Subsidiado de Salud, es decir, las definiciones de esas palabrejas con que lo embolatan a uno pa no prestarle oportunamente el servicio de salud. ¿Se acuerdan del SISBEN?, ¿sí?, bueno, pues a una amiga mía, muy guapa ella, dizque la iban a sisbenizar(7) los funcionarios de la Alcaldía, y como ella no sabía qué era eso, les dijo: “respeten hijuemadres, que yo soy pobre pero casta. Primero muerta que sisbenizada”. Y  se agarró duro de las enaguas.

En fin, cosas que pasan en este país tan sisbenizado. Sigamos, pues, con las definiciones.

Derecho a la Salud. ¡No hay derecho! Así se lamentan las madres cuando les niegan la atención médica a sus pequeños hijos por cualquier trámite administrativo (que la fotocopia de la cédula al 150%, que el registro civil del crío, que no sé qué más vainas). Y por ahí derecho se la “mentan” a la pobre muchacha de la ventanilla de orientación al usuario del hospital, que le toca exigir esos documentos al paciente pa dar la autorización, o si no la echan. “Barreras de acceso administrativas” a la salud, llaman a todas esas vueltas engorrosas y muchas veces innecesarias que impiden a las personas el acceso al servicio.

Ahora bien, para definir el derecho a la salud en el Régimen Subsidiado, toca definir primero a cuál salud es a la que uno tiene derecho en ese tal régimen. ¿Y cómo así que hay varias clases de salud?, dirán ustedes que no son ningunos atembaos, y me tocará confirmarles que sí, que hay varias definiciones de salud, siendo la más importante la de la OMS(8), que reza:

(allá atrás, ese barrigón, alcánceme las antiparras)

“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”

Desde luego esta definición de salud es muy completa y muy bonita, pero infortunadamente inaplicable en nuestros países en vía de desarrollo, porque incluye la mitigación de los llamados “determinantes sociales”(9) que afectan la salud, como quien dice, la desnutrición o la mala nutrición, la falta de acceso al agua potable, a la educación, a la cultura, a la vivienda digna y a la recreación, entre otras cosas.

Y como en este país del Sagrado Corazón, los recursos públicos  son muy limitados, nos alcanza apenas pa una definición más chiquita de salud, que se limita a prevenir en lo posible las enfermedades, diagnosticarlas, curarlas si se puede, o mitigar el dolor cuando éstas son terminales (es decir, que no tienen cura, como pasa en la parroquia de mi pueblo). Esta salud restringida a la prevención y tratamiento de la enfermedad de cada individuo, está contenida en un Plan Obligatorio de Salud conocido como POS, cuyas condiciones (tecnologías, servicios cubiertos, medicamentos incluidos, exclusiones, etc) son establecidas por el Ministerio de Salud. ¿Ya sabían?, vea, pues, como resultaron de aplicaos. Lo que si de pronto no sabían o no tenían tan claro, es que en cuanto a la mitigación de los tales determinantes sociales, tristemente toca que cada cual se apañe como pueda, o que el Estado se apiade y los mitigue por otro lado con recursos de inversión social. Mas para eso hace falta voluntá política. Lo peor es que en el caso de los determinantes sociales no aplica el dicho ese que afirma:

"muchacho de pobre y ternero de rico no enferman nunca"

En todo caso, mis mucharejos, conviene tener claro que el derecho a la salud no es un fin en sí mismo. Es apenas un medio, un punto de partida (si se quiere), para llegar al fin último que es la salud de las personas, así sea limitada a un POS, como les dije anteriormente. Y mal que bien, nuestra Constitución Política protege ese derecho fundamental(10), dándonos la oportunidad de exigirlo a través de la famosa acción de tutela, es decir, pidiéndole a un juez de la República que les ordene a las entidades que desconocen  nuestro derecho a la salud, prestar el servicio como se debe.

Muy bien, eso fue todo por hoy. A este paso creo que vamos a acabar el glosario del Régimen Subsidiado de Salud por ahí en tres años, si es que mi Dios no me caduca la cédula antes. Pero es mejor ir despacito y con buena letra pa que se afirmen bien en la sesera los conocimientos.

¡Hasta la próxima semana! Y no olviden traer, si pueden, alguito de mecato pa “el algo”


(7)     Verbo horroroso que se inventaron las ciencias sociales para indicar la aplicación de la encuesta SISBEN a la población pobre y vulnerable
(8)   Organización Mundial de la Salud, un organismo especializado de la ONU (Organización de las Naciones Unidas)
(9)   “Son aquellas características específicas del contexto social que afectan la salud y las formas en que las condiciones sociales se traducen en impactos en la salud” OMS
(10)  La sentencia T-760/08, entre otras, y la Ley Estatutaria de Salud consideran el derecho a la salud como fundamental autónomo.