Portafolio

En este blog encontratás los portafolios de las organizaciones conformadas por ciudadanos activos y participativos que realizan su labor de gestores y actores culturales en la ciudad de Bogotá, Colombia.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Peregrinación laica del veinte de julio al primero de mayo

De la guía zurda de Bogotá


Cada cierto tiempo me viene una necesidad imperiosa de perderme en la muchedumbre. Impulso extraño si se tiene en cuenta que mi espíritu ermitaño se siente más a gusto trasegando por los caminos de la soledad. Acaso se deba a mi afición por los contrastes, esto es, la dicha de sentir que cuando abandono la turbamulta recupero mi individualidad y con ella, cómo no, el privilegio de volver a ser hombre y no masa.
Como sea, ayer realicé mi peregrinación laica al barrio Veinte de Julio, en el sur de la ciudad, y me integré a una multitud de creyentes que tenía puesta su fe en el Divino niño Jesús sonrosado y regordete del santuario fundado por el salesiano Juan del Rizzo. Imposible no enternecerse uno con la esperanza legítima de los feligreses depositada en “el amigo que nunca falla”. Me consta que no todos los peregrinos van a pedir favores. Muchos acuden para agradecer los beneficios recibidos. Mas, es lo cierto que la falta de oxigeno, el calor, los estrujones y los olores indescriptibles de la masa dominical forman parte de la mortificación que se debe padecer con estoicismo cristiano para que surtan mayor efecto las peticiones.

La calle veintisiete sur y la carrera quinta son prácticamente intransitables por la cantidad de vendedores de reliquias que prefirieron mantenerse en la vía pública, estorbando la circulación, a establecerse en la plaza ferial construida por la alcaldía para mayor comodidad de los acudientes. La plaza en cuestión, sin estrenar, luce como un enorme elefante blanco  en estado de letargo. Nunca me he explicado esa actitud tan refractaria al cambio, a la higiene, en fin, esa preferencia tozuda por el caos.



Alrededores del Santuario del Veinte de Julio, Bogotá, D.C.


Si uno sigue por la carrera sexta hacia el norte, pasando la plaza de mercado hasta la calle 20 sur, logra salvar la multitud y se encuentra al rompe con una agradable sorpresa urbanística. Se trata del barrio Primero de Mayo, sí, otro barrio con nombre de fecha. En Bogotá, quizás por un atavismo hispánico, somos dados a ponerles, por buen nombre, una fecha memorable a nuestros barrios. Así por ejemplo, están el Siete de Agosto, el Once de Noviembre, el Doce de Octubre y otros por el estilo. Pero volvamos al Primero de Mayo. Es un hermoso complejo residencial construido con indiscutible estilo inglés por la Caja de Vivienda Popular, hace más de setenta y cinco años. Sus casitas en serie, con fachada de ladrillo a la vista y tejados inclinados para que no se pose la nieve (aunque acá en el trópico no nieva), nos recuerdan los barrios obreros de la periferia londinense. Y como buen barrio obrero, reivindica con su nombre la fecha emblemática de los trabajadores, así como sus logros en dignidad y calidad de vida. Porque dignidad es lo que le sobra al barrio Primero de Mayo, cuyos habitantes han procurado mantener la belleza sin ínfulas del lugar. Es una lástima que las urbanizaciones  populares del siglo XXI no tengan ese concepto de dignidad y hayan sucumbido al criterio mercantilista, utilitario y mezquino de las firmas constructoras.







Casas del barrio Primero de Mayo, Calle 19 sur con carrera 5a., Bogotá, D.C.
Continuando mi peregrinación con rumbo norte, encontré otra hermosa joya arquitectónica: la iglesia de Santa Bárbara, en la carrera séptima con calle quinta. Es una de las construcciones más antiguas de la capital, levantada en el siglo XVI con el estilo sobrio de las iglesias doctrineras hispánicas. Aunque estaba cerrada cuando pasé por su atrio, tuve la fortuna de que el párroco me dejara echar un vistazo al interior. Alcancé a fotografiar un cuadro que me llamó la atención: la imagen del franciscano Maximiliano Kolbe sosteniendo un cirio detrás de un alambrado. Preguntado el párroco sobre el clérigo en cuestión, me refirió la historia inspiradora de un sacerdote polaco, recluido en el campo de concentración de Auschwitz, que ofreció voluntariamente su vida a cambio de la de otro preso para salvarlo de la muerte. Fue enriquecedora esta última parada de mi peregrinación, pues aunque no creo en santos (incluido el presidente ídem), aprecio la grandeza espiritual, la generosidad infinita de los hombres y mujeres capaces de ofrendar su vida para preservar otras vidas, es decir, al contrario de los “mártires” fundamentalistas que ofrendan su vida para acabar con otras vidas inocentes en nombre de Dios. 

 Iglesia de Santa Bárbara, Carrera 7a. con calle 5a., Bogotá D.C.
Padre Maximiliano Kolbe
En todo caso, como decía mi abuela Sofía: “la vida de los santos es para contarla” y acá me tienen dando testimonio de mi peregrinación dominical.

(Fotos de H. Darío Gómez A.)

domingo, 6 de diciembre de 2015

El canario que descubrió que los trinos en twitter eran lo suyo

(Créditos foto: www.flickr.com)
“A la abeja semejante,
para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, ágil, picante”
Adagio popular no tan conocido

Siempre ha habido jaulas. Y para que no estuvieran vacías y tristes, colgadas encima del lavarropas, se inventaron los canarios. O mejor, la costumbre de capturarlos y encarcelarlos para compañía emplumada de las personas solitarias. Los primeros fueron pájaros libres, eso es seguro, mas, con el tiempo, se convirtieron en seres cautivos, al punto que las nuevas generaciones salieron del huevo directamente a la jaula sin conocer durante toda su existencia el cielo que se asoma esquivo por la ventanita del patio de ropas, afuera de las rejas. De modo que el cautiverio es su estado natural.

Posiblemente algún niño dirá con razón que eso es una infamia, que va en contravía de los derechos de los pájaros, en fin, que la libertad es inviolable según le enseñaron en la cátedra de la paz.  Yo no me atrevería a contradecirlo; pero así son las cosas con los canarios.

Esta es la historia de un canario, por buen nombre Ámbar, llamado así por sus plumas de color amarillo oscuro con visos blancos tornasolados. Vivía  el pajarito de marras confinado en una jaula encima del lavarropas de la señorita Teresa, una maestra de escuela jubilada, algo taciturna pero estupenda lectora. Tenía, además la buena mujer, una pasión por las frases célebres de filósofos y literatos. Solía leer en voz alta en sus ratos de solaz, que eran casi todos, máximas de Horacio, Cicerón, Séneca (algunas en latín, cómo no), en fin, de autores más contemporáneos pero no menos incisivos como Ambroce Bierce, Fernando González o Nicolás Gómez Dávila. Era tan pequeño el apartamento de la señorita Teresa, que Ámbar alcanzaba a escuchar con nitidez las lecturas de su patrona, entonadas desde la alcoba. A fuer de escuchar buena prosa, Ámbar se aficionó al género epigramático y alcanzó una lucidez insospechada para un canario. “Lástima no ser un loro”, se dolía el avecilla, “porque  de serlo podría hablar como los humanos y así me convertiría en un orador proverbial”. Lo cierto es que no le gustaba trinar, para desconsuelo de su dueña. Sin embargo, Ámbar, que era un canario muy inteligente, no se echó a la pena y más bien se propuso aprender a leer los libros que con frecuencia dejaba olvidados las señorita Teresa encima del lavarropas. Con decirles que también aprendió a escribir en latín.

Quizá por una solidaridad mal entendida, o por pura mezquindad ante el silencio empecinado del canario, la señorita Teresa obligó a Ámbar a compartir su soledad, negándole la dicha de una compañera emplumada. De manera que el pajarito pasaba sus días escuchando la voz cada vez más quebrada de su patrona. El primer alpiste del día era amenizado por sentencias de Horacio en latín clásico. El baño con agua en la tapita de la caja de mentol, al medio día, coincidía con la lectura de Ambrose Bierce, cuyo humor negro hacía desplumar de la risa al canario. Al finalizar la jornada, Ámbar se arrellanaba en el columpio que pendía de un palito atravesado en lo alto de la jaula para escuchar con atención los escolios de Nicolás Gómez Dávila que, como entenderán los lectores, requerían de toda su inteligencia para poderlos asimilar.

Pero hete aquí que una mañana nadie retiró el trapo que cubría la jaula del canario durante las noches, ni éste oyó la voz de su patrona entonando máximas de Cicerón. Y así pasó algún tiempo, hasta que una hermosa muchacha destapó la jaula y le dirigió unas palabras de cariño a la criatura: “pobre canarito, menos mal estas vivo aún. ¡Ay!, si supieras que se murió tu mamá”. Mas, eso ya lo había presentido pajarillo en su pequeño corazón ambarino.

Conque la muchacha, que resultó ser la sobrina de la señorita Teresa, se llevó el canario con todo y jaula para su apartamento de universitaria. Y ya sabemos cómo puede ser un habitáculo estudiantil. Algo así como un campo minado con pedazos de pizza en descomposición, libros de texto, latas de gaseosa a medio consumir, zapatos sin par y prendas de vestir esparcidas sin concierto.

Ámbar, sin embargo, se acostumbró muy pronto a su nuevo entorno, y le satisfizo su nuevo acompañante diurno, que la muchacha llamaba televisor. Aunque disparatado en sus discursos y bastante prosaico, si se quiere, el canario le sacó provecho al aparato en cuestión, sobre todo a los noticieros que le sirvieron para estar al día en los asuntos de actualidad. La muchacha, por su parte, no hablaba mucho y en cambio permanecía varias horas enviando trinos a través de su teléfono celular. Ese fue el segundo aparato que cautivó la atención del canario. Ante la imposibilidad de hablar como el loro, Ámbar encontró que podía leer y escribir con fluidez en el twitter de la muchacha.

Una noche ella olvidó cerrar la puerta de la jaula después de alimentar al canario, de manera que el pajarito aprovechó la oportunidad para expresar a discreción su facilidad de palabra en el teléfono celular, mientras su protectora dormía. Con el ala izquierda (era zurdo) tecleaba graciosamente el aparato, escribiendo epigramas creativos para comentar las noticias del día. Tuiteaba por ejemplo:

La solidaridad es mata exótica que sólo crece en terrenos áridos, nunca en la abundancia. Pero cuando florece esparce generosamente su aroma.

Y escribía todas las noches ocurrencias por el estilo, que eran bien recibidas por los seguidores de la muchacha, que fueron creciendo en número por arte del canario, hasta contarse por miles.

De esta suerte la muchacha, que no tenía otra gracia más que su belleza, se convirtió de la noche a la mañana en una exitosa tuitera (si el término se admite), merced a la herencia emplumada de su tía solterona, y por un efecto colateral del ingenio del canario que descubrió un buen día que los trinos en twitter eran lo suyo.