Hubo una época en que había ballenas tan grandes, que servían de vivienda a los profetas del antiguo testamento y aún se cuenta que en una de ellas vivió por semanas, quizá meses, Gepetto, el padre amoroso de un necio muñeco de palo. Giovanni Papini sostenía que algunos navegantes las confundían con pequeñas islas y desembarcaban en ellas para pernoctar.
Ya casi no hay ballenas en los mares. Estultos, fanáticos y utilitarios las matan creyendo acaso derrotar en ellas al Leviatán. Y en su lugar han erigido en el océano Pacífico islas de basura más grandes que las ballenas reales o míticas, algunas tan grandes como países, según dicen. Ya no se añora el paraíso perdido, sino que se prefigura el infierno, creándolo a nuestra imagen y semejanza con la propia inmundicia.
(Foto de Angela M. Gómez B.)