Hace unos días comenté en un post de Facebook acerca de la
corrupción rampante en Colombia, y producto de la ira contenida, quizás
frustración, me referí a nuestra sufrida patria como un “platanal”. No se
hicieron esperar las amenazas e insultos, entre los cuales el menos ofensivo
con la memoria de mi difunta progenitora fue “apátrida”, acaso queriendo
decirme antipatriota. Pero a despecho de los cavernarios, yo también habito la patria
que me regaló el lenguaje suficiente para controvertir las verdades absolutas
de las mayorías (si es que realmente lo son, porque en las últimas elecciones
salió a votar mucho difunto, como quedó demostrado con el destape de otra olla
podrida en la Registraduría). De modo que el derecho divino de las “mayorías”
no va a impedirme expresar mis opiniones, ni amedrentar mi independencia de
espíritu.
Y es que con la gula indecente de los bancos, los
especuladores y muchos corruptos para
robar descaradamente, aprovechando las circunstancias de necesidad de la gente,
producto del aislamiento preventivo obligatorio, no puede uno menos de maldecir
y aún putear a los politiqueros, banqueros y contratistas de este país,
corruptos donde los haya. ¡Qué le vamos a hacer!, esas cosas solo pasan en un
platanal inviable (así se ofendan algunos), donde el sistema ha establecido una
cultura de la pobreza, como la llamaba Oscar Lewis, donde campea la
insolidaridad, el clasismo, la violencia y la precarización del trabajo; donde las instituciones han
sido capturadas por los bancos, las grandes corporaciones y los grupos
empresariales para legislar, administrar y aplicar justicia en su beneficio, o
como nos lo pone de presente el profesor Luis Jorge Garay, se ha producido una
cooptación del Estado (la inefable puerta giratoria), todavía más grave, porque es
sistémica e implica la infiltración de la institucionalidad democrática por los
poderosos; o sea, un platanal. ¡Polombia!