Portafolio

En este blog encontratás los portafolios de las organizaciones conformadas por ciudadanos activos y participativos que realizan su labor de gestores y actores culturales en la ciudad de Bogotá, Colombia.

sábado, 13 de septiembre de 2025

El galerón llanero, patrimonio cultural de la humanidad

 En buena hora Unesco declaró los cantos de vaquería de los llanos de Venezuela y Colombia como patrimonio inmaterial de la humanidad. El galerón llanero, que recoge en hermosos versos las rimas consonantes que terminan con la sílaba “ao” tiene, como afirmaba el maestro Guillermo Abadía Morales, la función de arrullar al ganado mientras es conducido por los vaqueros a través de las extensas llanuras cruzadas  por el Arauca, el Meta y el Orinoco, que no son ríos Venezolanos ni Colombianos sino llaneros. Porque la frontera en esa inmensidad es una convención inexistente.  Es una seguidilla de puntos y rayas en la abstracción de un mapa, innecesaria por demás para los bravos vaqueros que arrean ganado a uno y otro lado sin importar su nacionalidad.


Hay un hermoso galerón, de autor desconocido (colombiano o venezolano, lo mismo da) como corresponde consecuentemente con el entorno descrito, que tiene versiones diferentes a lo largo de   la llanura colombo-venezolana.  Se trata del canto denominado “En los llanos del setenta”, cuyos versos retratan de manera fiel la bravura del vaquero durante sus jornadas arriando ganado.  Por su extensión  me limito a transcribir de memoria los versos que aprendí  desde pequeño, acaso porque el disparate y la exageración que nos hacen reír son más elocuentes en la mente de un niño que la prosa aburrida y trascendente. El curioso lector sabrá perdonar alguna omisión o error de la memoria que, en todo caso, como dijera Borges, es una secreta corrección.

En los llanos del setenta
(Galerón llanero, fragmento)
(…)Yo le dije al mayordomo
que me tenía contratao:
écheme ese toro ajuera
del espinazo bragao
hijo de la vaca mora 
y el toro rabipelao
pa sacarle aquí una suerte
con esta señora al lao.
Al animal me le abrí
con el trapo desdoblao;
le saqué cuarenta lances
y lo dejé arrodillao (...)
Y el mayordomo me dijo:
Usté ya vendrá almorzao;
yo le dije al mayordomo:
Apenas desayunao:
Cuatro platos de cuchuco
Un almú de maíz tostao,
Tres tazas de güevos tibios
 una ración de pescao,
Tres costillas de marrano
Y una totuma e´cacao.
Si me lo dan lo trago
Y si no, aguanto callao,
Me llaman el cuarenta muelas
Y a nadien las he mostrao
Y si las llegare a mostrar
Juera el sol clisao,
la luna chorriando sangre
y el mundo todo trocao:
las nubes echando chispas,
los cerros envolcanaos,
las lagunas de parriba
y los ríos evaporaos,
los astros todos regüeltos
y el mesmo Dios asustao
(…)"
Y estos son los versos que me vinieron a la memoria justo ahora que Unesco, en buena hora, declaró los cantos de vaquería de los llanos colombo-venezolanos como patrimonio inmaterial de la humanidad

jueves, 4 de septiembre de 2025

Patescaut, fanzine irreverente, artístico y cultural

Cumplimos seis años de existencia contra todo pronóstico.

A continuación transcribo el editorial del número uno aparecido en el mes de agosto de 2019.
Editorial
Patescaut es una curiosa palabra que evoca la infancia de quienes fuimos críos en la Bogotá de los años setenta del siglo pasado; no figura en el diccionario ni siquiera como un colombianismo,y acaso esté condenada a desaparecer cuando muera el último de aquellos niños o desaparezca la única sobreviviente de esas niñas setenteras. Pero mientras eso sucede, la palabra en cuestión es como un santo y seña que alguien suelta al desgaire en una conversación, y cuando el interlocutor la escucha, se produce un reconocimiento, una complicidad entre pares. Porque Patescaut es eso, complicidad. Mas, ¿cómo definir de manera concreta dicha palabra? Sin pretender emular a doña María Moliner (ni más faltaba), podríamos arriesgar la siguiente definición: acción de entrelazar alguien los dedos de sus manos con las palmas hacia arriba para que otra persona ponga su pie sobre ellas, empujándola, para ayudarla a subir.
Patescaut sirve, entonces, para trepar a una amiga al árbol del parque y así alcanzar las cerezas o para robar curubas venciendo la tapia del jardín vecino. También es útil para catapultar al camarada sobre el enrejado y recuperar el balón perdido en los extramuros del colegio, sirve en fin, para llegar juntos a otro nivel. Siendo así las cosas, es decir, habiéndonos asociado de manera cómplice, insolente y creativa, cómo no, para describir, fotografiar, opinar y plasmar a través del arte a nuestra ciudad amada, ¿qué otro nombre podríamos haberle puesto al fanzine?
De modo que con Patescaut saltaremos el muro de la gravedad y la trascendencia para escaparnos del destino que a veces se burla de las personas que se toman la vida muy en serio, y nos asomaremos al otro lado para apreciar, encaramados en el borde de un seto sabanero, lo bueno, lo malo, lo bello y lo feo de nuestra cotidianidad.

sábado, 25 de enero de 2025

 Por: H. Darío Gómez A. 

Ya sea en el Níger que atraviesa Guinea, o en el Congo que encuentra el océano Atlántico al occidente de África, de donde partió para enriquecer nuestra América con su simiente, el negro siempre le ha cantado río. Parece que intuyera con Hesíodo, que para atravesar sus aguas hay que dirigirle una plegaria “con los ojos fijos en sus espléndidas corrientes”, para obtener su generosidad y benevolencia, pero también para aplacar su ira. Y así le canta el negro a los ríos de América, desde Mississippi, pasando por el Caribe, hasta el Paraná, en el sur del continente. 

Siempre me llamó la atención, al leer poesía negra (¡ay! las clasificaciones), la íntima relación del poeta con el río. Para confirmar lo dicho, me remito a una prueba lírica, esta del norteamericano Langston Hughes: 

El negro habla de los ríos. 

“Yo he conocido ríos: he conocido ríos tan antiguos como el mundo

 y más viejos que el flujo de la sangre humana en las venas humanas. 

Mi alma ha crecido profunda como los ríos. 

Me bañé en el Eufrates cuando eran jóvenes los amaneceres. 

Construí mi cabaña cerca del Congo, y el río arrulló mi sueño. 

Miré el Nilo y levanté mis pirámides sobre él. 

Escuché el canto del Mississippi cuando Abe Lincoln bajó a Nueva Orleans, 

y he visto su seno enlodado, volverse todo oro en el crepúsculo. 

He conocido ríos: ríos antiguos, oscuros. 

Mi alma ha crecido profunda como los ríos”. 

 

El poeta tiene una memoria atávica que evoca los ríos africanos así esté en Luisiana, Georgia o Alabama. Pero el río arrastra en su corriente todo el bien y todo el mal: la vida y la muerte. Así lo recuerda el poeta cubano Nicolás Guillén en su elegía a Emmett Till, un niño negro de 14 años raptado por un grupo de blancos armados, cuyo cuerpo mutilado fue botado al río Mississippi: 

 

“En Norteamérica, la Rosa de los Vientos tiene el pétalo sur rojo de sangre. 

El Mississippi pasa ¡oh viejo río hermano de los negros! 

con las venas abiertas en el agua, el Mississippi cuando pasa. 

Suspira su ancho pecho y en su guitarra bárbara, 

el Mississippi cuando pasa llora con duras lágrimas”. 

 

No puede uno menos de evocar con tristeza la sangre inocente que ha corrido por nuestro río Cauca, en Colombia. El río es, pues, confidente, recoge las lágrimas pero también la rabia del poeta que denuncia la esclavitud, el despojo, en fin, la injusticia. Y continúa Nicolás Guillén: 

 


“Pero yo sé que el Plata, 

pero yo sé que el Amazonas baña;

pero yo sé que el Mississippi,

pero yo sé que el Magdalena baña;

yo sé que el Almendares,

pero yo sé que el San Lorenzo baña;

yo sé que el Orinoco, 

pero yo sé que bañan

tierras de amargo limo donde mi voz florece (…) 

y lentos bosques  presos en sangrientas raíces.

¡Bebo en tu copa, América, 

en tu boca de estaño, 

anchos ríos de lágrimas!”

 

El poeta nacional de las negritudes, Candelario Obeso, ya en el siglo antepasado cantaba con la voz del “Boga ausente” ese desasosiego del pescador que rema sin esperanza. 

 

“¡Qué trijte que ejtá la noche! 

¡La noche qué trijte ejtá! 

No hay en er cielo un ejteya... ¡Remá, remá!

¡Qué ejcura que ejtá la noche!

¡La noche que ejcura ejtá! 

Asina ejcura ej la ausencia... ¡Bogá, bogá!” 

 

Y asimismo, el poeta Agostinho Neto, nacido en Angola hace un siglo, denuncia la esclavitud inveterada en “El llanto de África: 

 

“El llanto de siglos creado en la esclavitud (…)

El llanto de África es un síntoma 

En las corrientes de los ríos

o en el sosiego de los lagos (…)” 

 

Como sea, el río es, a manera de cordón umbilical, el lazo que une al poeta con su origen. Si se sabe escuchar, se puede identificar en la corriente el llamado atávico de la selva en su belleza exuberante o acaso en su terrible crueldad.