Portafolio

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jueves, 26 de junio de 2014

Trueque en la plaza de Engativá



“cambio mi vida por lámparas viejas, 
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...
...la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca... “

León de Greiff

En Colombia se acuñó hace más de treinta años el concepto de nuevos ricos para referirse a una clase emergente que pelechó a la sombra del narcotráfico y la corrupción. Hoy, sin embargo, como consecuencia del desempleo rampante y merced a la ausencia de políticas gubernativas de apoyo al emprendimiento, al empleo formal y digno, se ha ido desvaneciendo la clase media para dar paso a otra clase social conocida como  nuevos pobres. O pobres vergonzantes, como llamaba mi abuela Sofía a las personas acomodadas que caían en desgracia financiera de un momento a otro, de suerte que debían acudir a familiares y amigos para solicitar su apoyo en las aulagas, ya fuera de manera desinteresada o incluso a cambio de los bienes adquiridos en mejores épocas. Lo cierto  es que por las dificultades económicas muchas personas han perdido su capacidad dineraria para el consumo formal, y como si fuera poco, tampoco tienen acceso al crédito.  Esta situación ha obligado a muchos bogotanos a pensar en el trueque como una estrategia de supervivencia digna.  Al menos esa es la intención de algunos ciudadanos de Engativá que respondieron hace varios meses a la convocatoria del Comité de Productividad de esa localidad.

En un interesante artículo sobre el trueque contemporáneo en Argentina, Bárbara Rossmeissi escribió lo siguiente: La filosofía del trueque se basa en la reinvención del mercado que funciona de manera paralela a la economía normal, no persiguiendo, sin embargo, los valores de ella. No se caracteriza por el lucro y la especulación sino quiere establecer un modelo económico más humano a través de los principios de solidaridad, confianza y reciprocidad.”

Quizá los primeros vecinos de la localidad décima de Bogotá que practicaron el trueque fueron los muiscas de Ingativá que intercambiaban  panes de sal y mantas de algodón por oro y frutas de tierra caliente con los Panches -bravos guerreros del suroeste- en el mercado fronterizo de Pasca, mucho antes de que Adam Smith apareciera con su libre competencia a complicarlo todo.  A diferencia del economista escocés, nuestros ancestros sabaneros no hubieran concebido que el egoismo de los particulares  guiado por la “mano invisible del mercado lograría, a la larga, el bienestar general". De hecho, nuestros aborígenes no conocían el concepto de propiedad privada. Sus casas no tenían seguridad. Era innecesaria, porque como relata el cronista Palafox y Mendoza, citado por Arciniegas: ”… en sus tierras, donde no hay sino indios, no tienen más cerradura en sus puertas que la que basta a defenderlas de las fieras, porque entre ellos no hay ladrones, ni qué hurtar, y viven en una santa ley, sencilla y como era la de la naturaleza””.

No obstante, los europeos que llegaron al Nuevo Mundo lograron imponer, "a la larga", las teorías aconómicas de Smith, que, si bien propiciaron el bienestar en otras latitudes, en la nuestra no hicieron más que fomentar la exclusión y la precarización de los derechos sociales. Hoy en día hasta el acceso a la salud obedece a la lógica del mercado que regula con su “mano invisible” los derechos fundamentales de los ciudadanos.

El hecho es que en la mañana de un sábado soleado de agosto me encontraba sentado y expectante bajo una carpa de la plaza de mercado del barrio Boyacá Real, en compañía de veinte asistentes al taller del trueque.  Don Alberto Ariza, el tallerista que pertenece al Comité de Productividad Local, es un sociólogo maduro y muy amable al que le caben en la cabeza los indicadores macro económicos de su localidad.  Engativá, nos dijo, ocupa el noveno lugar en extensión territorial, tiene el 11% de la población total de Bogotá y es además muy productiva, ya que contribuye con el 12.5% del PIB de la ciudad. Sin embargo, según el estudio realizado por la Casa de Control Social en 2009 (Plan de Desarrollo Económico, Social Localidad 10, 2009-2012), Engativá tiene una de las mayores tasas de desempleo de la ciudad: 13,5%.  Una paradoja.

Para explicarnos el cuento del trueque, don Alberto nos entregó dos cartulinas: una verde y otra amarilla. Nos pidió escribir en la verde un bien o servicio que tuviéramos para intercambiar, y al respaldo tocaba poner el valor que, a nuestro juicio, pudiera tener la mercancía objeto del intercambio. En la cartulina amarilla, de otra parte,  había que consignar los bienes o servicios que estuviéramos necesitando. Siendo así las cosas, escribí en mi cartulina verde lo siguiente: “consulta de abogado experto en seguridad social”; y al respaldo: $45.000.  En la amarilla me limité a garabatear: “alimentos”. Realizado lo anterior, y con el fin de mejorar nuestro entendimiento del asunto, don Alberto nos reiteró que todos somos a la vez productores y consumidores de bienes; es decir,"prosumidores". Con tal advertencia se iniciaron los encuentros ("rueda de negocios") del trueque.

Mi primer contacto fue con doña Gloria Restrepo, una dama antioqueña que elabora estupendos adornos en bisutería fina.

Son de piedras semipreciosas y material quirúrgico -me aclaró con vehemencia, como para que no me equivocara.

Me gustó un collar  de piedras negras que doña Gloria tasó en sesenta mil pesos; esto es, quince mil más que mis honorarios por consulta profesional de abogado experto en seguridad social. Infortunadamente no le interesaron mis servicios ya que ella forma parte de la red de control social de Engativá, y con toda seguridad allá saben más del tema que el suscrito. No hubo trueque.

El segundo intento fue con doña Margarita Godoy, otra dama muy elegante y bonita que me ofreció sus servicios para acompañar adultos mayores o niños con limitaciones de salud. Eso en cuanto a servicios. En cuanto a bienes, disponía de una papaya para intercambiar.

-Esta vale tres mil pesos -me dijo con desparpajo mostrando su fruta en sazón, y se echó a reír con ganas.

Tenía doña Margarita una consulta que hacer acerca de un derecho de petición a una EPS (aseguradora) para acceder a un servicio de salud que le fue negado de manera injusta.  Yo le dije que con mucho gusto absolvería su consulta pero que, por mi parte, aún no requería sus servicios de compañía, ya que apenas tengo algo más de medio siglo de edad y me encuentro en buen estado de salud (eso creo). De modo que acepté la papaya como contraprestación, aunque eran diferentes nuestras unidades de medida.

-       He allí uno de los elementos esenciales del trueque: la unidad de medida. –nos aclaró don Alberto Ariza.

Según entendí, es preciso acordar primero la unidad de medida para que pueda avanzar la transacción. Así por ejemplo,  si estimo mis honorarios en cuarenta y cinco mil pesos, y la papaya vale tres mil (y, pongamos por caso, la unidad de medida escogida para la transacción coincide con el valor de la papaya), entonces doña Gloría  debía pagar mis honorarios con quince papayas. Pero ella sólo tenía una y así lo acepté. Además, ¿que haría yo con tantas?, ¿dar más papaya?. El punto, sin embargo, es que en nuestra transacción primó el valor de uso sobre el valor de cambio. Estuvo ausente de nuestro negocio la utilidad fría y calculadora del señor Smith; ganó la solidaridad.

Finalmente me reuní con doña Rosaura, una tierna viejecita que atendió mi discurso de venta de servicios como quien oye llover.  Ella no sabía para que sirve un abogado experto en seguridad social. Bien mirado el asunto, yo tampoco lo sé.  Pero ese es otro problema. Preguntada doña Rosaura si tenía algo para intercambiar, esbozó una sonrisa tímida, como de colegiala,  y me dijo que no tenía nada que dar.

-¡cómo que nada!, doña Rosaura, si toda su experiencia y sabiduría acumuladas  son valiosísimas. Es mucho lo que tiene para dar. – la apremié.

-puedo darle un consejo. – me respondió al fin la buena señora.

-imposible dar un bien más valioso, doña Rosaura. -le respondí emocionado y le dí un abrazo.

¿Y cuánto vale un consejo? Vale lo que cuesta una vida si el consejo sirvió para salvarla; o lo que vale una empresa librada de la quiebra inminente por un dictamen oportuno (justamente para eso están los Consejos de Administración). Sólo Dios sabe cuánto vale un buen consejo. Pero sucede que en nuestra sociedad de tecnócratas adolescentes la experiencia venerable de los ancianos no es tenida en cuenta, de modo que con frecuencia estos “yuppies” caen al abismo con todo el peso de su soberbia.

Hubo esa mañana muchos ejercicios de intercambio: clases de sistemas por cursos de pintura; bufandas de lana por arepas de quinua; lechugas orgánicas por pulseras de fantasía, experiencias, en fin,  que por supuesto no bastaron para lograr una comprensión total de esa economía alternativa (tampoco era el objetivo del taller). Sin embargo se logró la adhesión de muchos ciudadanos de Engativá a la causa del trueque.  Un buen principio. Una esperanza para los ciudadanos excluidos del comercio formal y para las víctimas de los bancos gobernados por la usura y el lucro a costa de la ruina del prójimo.

Créditos foto: H. Darío Gómez

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