(Plazoleta Benkos Biohó en la Matuna, Cartagena de Indias. Foto de El Universal)
(el peatón haciendo una foto por encargo, Cartagena de Indias. Foto de I.E.B)
Poca cosa
podría agregarse a una nueva guía turística de la muy noble y leal Cartagena de
Indias que no se haya registrado en las glamurosas publicaciones oficiales.
Salvo que fuera una guía alternativa, subterránea, en fin, una guía zurda de la
ciudad, como la que propongo al despistado lector. Mas, para lograr ese
cometido tan poco ortodoxo, es menester salirse de la ciudad amurallada y
recorrer a física pata los barrios periféricos de Getsemaní, la Matuna y el
Cabrero.
Empezaré
por la Matuna, barrio abogadil y comercial que debe su vocación al hecho de
haber alojado en su seno la estación del tren, cuando en Cartagena había
tren. Cuando en Colombia había tren. Porque lo hubo, así mis
compatriotas nacidos durante los últimos cuarenta años no conozcan ni siquiera
los vestigios. Se me dirá, sin embargo, que en Bogotá existe el tren turístico
de la Sabana y que en el Magdalena medio rueda un incipiente y obsoleto tren de
carga, o que un tren de trocha ancha lleva hasta Puerto Bolivar los carbones del Cerrejón.
Pero resulta que esos no son trenes. Son apenas fantasmas anacrónicos. Lo
cierto es que circulan de manera precaria en vías fragmentadas que ni siquiera
se pueden interconectar unas con otras. Como sea, en Colombia no hay tren
porque lo desaparecieron los mafiosos del transporte por carretera con la ayuda de sus socios politiqueros. Pero esa es
harina de otro costal. Y es del barrio la Matuna, en Cartagena, que vamos a
hablar. Disculpen la digresión.
Hay en la
Matuna una plaza adornada con jardines discretos, que lleva por buen nombre,
plazoleta Benkos Biohó. Allí conviven democráticamente, es decir, sin distingos
sociales, la majestad de la justicia y la sordidez del cafetín. En efecto, en
el costado sur, justo al lado de la sede departamental del Consejo Superior de
la Judicatura está la Terraza salsera, Donde Rafa, quizá el
mejor sitio para escuchar salsa brava en Cartagena. Tal vez por eso, y por el
estado tan delicado de nuestra rama judicial, me gusta pensar que la premisa
democrática de marras podría ser más bien la siguiente: en la plazoleta Benkos
Biohó conviven sin distingos sociales la sordidez de la justicia y la majestad
del cafetín.
No por
modesta la terraza salsera de Rafa carece de dignidad. Tanto es así, que se da
el lujo de limitar el ingreso a ciertos personajes. La prueba de lo dicho está
adosada a la pared de la entrada, consistente en un aviso que prohíbe de manera
explícita el ingreso de emboladores, vendedores de chance, pedigüeños y
timadores. En ese orden. Como el aviso no impide taxativamente la entrada de
abogados, me atreví a penetrar cautivado por la estupenda selección musical, no
sin antes preguntarle a Rafa si mi condición de letrado cabía en su
interpretación libérrima de timadores. El buen hombre sonrió con ganas y me
respondió:
- no hombe
que va! si así fuera no tendría clientela-
En la
esquina noroccidental de la plaza, en el edificio Comodoro, hay un restaurante
chino, el Dragón King, donde sirven el mejor Chow Fan que he
probado en mi vida, coronado por exquisitas lonjas de cerdo agridulce
dispuestas sobre el arroz frito como las cartas de una baraja. El lugar es
agradable, fresco, higiénico, y si bien los precios son un poco altos para su
categoría, la calidad de la comida y la generosidad de las porciones compensan
con largueza la inversión. Es un sitio para conocedores. Nadie que se haya
sentado a manteles en el Dragón King podrá hablar mal de su cocina.
Alguna
vez, con ocasión
del ejercicio profesional tuve que alojarme en el Hotel del Lago,
ubicado en el costado norte de la plazoleta en cuestión. El Stil
Cartagena (como se llama ahora que es de mejor familia) es el típico
hotel para agentes viajeros y funcionarios oficiales en misión: sobrio, cómodo,
limpio, sin ínfulas y a la medida del congruo presupuesto del viajero laboral. Fue hace casi treinta
años cuando tuve que viajar a Cartagena por encargo de mi padre para iniciar la
sucesión intestada de un tío que poseía en vida, en común y proindiviso con mi
padre, un apartamento en el Laguito. Esa fue la única vez que litigué, pero la
experiencia kafkiana en los estrados judiciales de Cartagena fue tan traumática
que no volví a hacerlo nunca. Imagínense a un cachaco litigando en la costa
caribe, ya no digamos un habitante de tierra firme nadando en ese mar picado y
repleto de tiburones. De modo que, cansado de tanto tejemaneje, sustituí el
poder en el doctor Ayola Cabarcas, abogado local que Dios guarde por siempre, y me dirigí a la Terraza
salsera de Rafa para disfrutar con unas frías la sabrosura del sexteto de Joe Cuba (Jimmy Sabater y Cheo Feliciano incluidos).
El resto de los viáticos que me dio mi padre para la gestión encomendada se
fueron en pagar las cuentas del Dragón King y la Terraza salsera. Cuando mucho
alcanzó para liquidar la cuenta del Lago antes de mi regreso al altiplano.
Con todo,
me gustaba más el antiguo nombre del hotel: hotel del Lago, que cifraba el mote
en su cercanía al lago de Chambacú, a la altura del fuerte San Miguel de Chambacú,
en la Avenida Playa Pedregosa. Por lo demás, el nombre insulso de Stil
Cartagena no me dice nada.
Epílogo:
El curioso lector se habrá preguntado acerca del nombre de la plazoleta Benkos Biohó.
Pues bien, esta sí
que es una historia interesante. Ocurre que Benkos Biohó fue un negro cimarrón,
valiente e indomable, que acaudilló la rebelión de los esclavos en la Cartagena
del siglo XVII, escapando del yugo español para fundar el pueblo libre de San
Basilio de Palenque. Acaso fue la influencia libertaria de Biohó la
que me indujo a despojarme para siempre de los expedientes judiciales.
(Escultura de Benkos Biohó en Cartagena de Indias. Foto de El Universal)