Portafolio

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viernes, 28 de abril de 2017

La France en Colombie en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, 2017

(Pabellón de Francia en FILBO 2017)

Monsieur Laforêt:
Yo recuerdo, cuando era niño, que esperaba con ansia loca e interesada, cómo no, la llegada de los tíos ricos que venían del extranjero a visitarnos durante las festividades decembrinas. Desde la víspera me figuraba la cantidad de regalos que traerían para ponerme, para jugar, para comer. La ansiedad no me dejaba dormir. Mas cuando destapaba los traídos (como le decimos por acá a los obsequios), me invadía la desilusión. Los regalos nunca correspondían a mis expectativas. Soy un desagradecido, lo sé.
Este año volví a tener la misma sensación en la Feria del Libro de Bogotá, con Francia como país invitado de honor: tenía muchas expectativas. Soy de una curiosidad sin límites. Imaginaba una combinación  de muestras del país galo con sus personas del común, el libro de Proust En busca del tiempo perdido, la sopa de cebolla, su música, Juana de Arco, el Tour de Francia que pronto será de Nairo Quintana, en fin, quizás una instalación recreando a Cuasimodo, el jorobado, en la catedral de Notre Dame, y su creador, el gran Victor Hugo, una muestra gráfica con la historia de la resistencia francesa durante la ocupación nazi,  los colaboracionistas, Vichy, una pequeña réplica de la torre Eiffell por qué no, mayo de 1968, Camus, qué sé yo. Incluso esperaba mucho menos, aún en el marco de dos efemérides tan importantes como la celebración de los treinta años de la feria del libro de Bogotá y el cacareado Año Colombia- Francia 2017.
Pero la realidad fue otra. Me encontré con un pabellón frío, vacío, sin imágenes casuales, ya no digamos icónicas, que le permitiesen al ciudadano de a pie sentirse un poquito en Francia sin necesidad de comprar el costosísimo pasaje en euros para visitarla. Ninguna muestra gastronómica, ningún libro emblemático. Sólo hallé dos espacios mal decorados con canastas fruteras de plástico -qué horror- para la venta de libros, uno de literatura infantil y juvenil, otro de generalidades que pueden apreciarse mejor y de manera más cómoda en la librería francesa de la calle noventa y cinco sin tener que pagar boleta de entrada. Me pareció, digámoslo francamente, mezquina  la exhibición del invitado de honor del presente año, contrastada por ejemplo con la presencia generosa, colorida, enjundiosa y amable de otros invitados con menos alcurnia como Ecuador.

Acaso primó la soberbia de aquel invitado rico y encopetado que piensa que, dada la humildad del anfitrión, no vale la brega llevarle un buen presente, como quiera que  a su juicio utilitario, éste se contentará con cualquier cosa. Una vez más se cumple aquel dicho de que el pobre no repara en gastos y da lo mejor de sí, en tanto que el rico es pichicato. 

Pero no se ofenda monsieur Laforêt si digo estas cosas, porque como ya lo dije, soy desagradecido.

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