Portafolio

En este blog encontratás los portafolios de las organizaciones conformadas por ciudadanos activos y participativos que realizan su labor de gestores y actores culturales en la ciudad de Bogotá, Colombia.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Viaje a Estigia

Por: H. Darío Gómez A.


-¿Es su primer viaje interplanetario?- Preguntó el hombre de negocios al anciano sentado a su lado en la sala de espera sideral.
-Sí, una pesadilla -suspiró el anciano,- Plutón es el peor destino, hubiera preferido Marte, que al menos es más cercano y habitable en la superficie con el traje adecuado, según dicen.
-No se haga mala sangre, señor, la vida en la estación espacial de Estigia, el satélite de Plutón, es tan confortable como la nave de lujo que nos va a transportar. Además, con los adelantos tecnológicos hemos reducido el viaje desde la tierra, de nueve años a seis meses, algo impensable hasta hace muy poco.
-Permítame que no comparta su optimismo. A mi edad, el nombre “Estigia” no deja de ser inquietante, usted comprenderá.
-Veo que es conocedor de la mitología griega.
-En efecto, como sabrá, el río Estigia separa el mundo de los vivos del de los muertos.
-No piense en eso, caballero –tranquilizó el hombre de negocios,- esto de las distancias, las dimensiones y el tiempo es muy relativo.
-Dígamelo a mí, que aprendí las distancias y tamaños de nuestro sistema solar leyendo a H.G. Wells. Fíjese usted que, interpretando las comparaciones de su “Breve historia del mundo”, se me ocurrió que la tierra vendría siendo como una pelota de ping pong  y la luna una alverja  ubicada a cincuenta centímetros de la bola en cuestión; el sol, asimismo, sería un globo de tres metros de espesor a doscientos metros de la pelota de ping pong. ¡Un disparate!
-Qué ocurrente, señor –sonrió el hombre de negocios,- y si no es indiscreción, ¿por qué viaja a Plutón?
-Por invitación de mi nieta, que es la científica en jefe del proyecto “retorno al origen”, para combatir la epidemia de nostalgia que invade a los expatriados que habitan la estación espacial.
-Ah, caramba, qué casualidad, la empresa para la que trabajo suministra el software para ese proyecto. Hemos desarrollado un simulador con hologramas de paisajes terrestres, músicas tradicionales, sonidos de naturaleza, aromas, sabores terrígenos, en fin, texturas terrícolas en tercera dimensión.
-Qué bien –asintió el anciano sin mucha convicción,- ¿y ya lo han probado en los expatriados que habitan la estación de Estigia?
-Estamos en el proceso de adecuación para neutralizar las pulsiones de muerte que atacan a los expatriados en sus fases melancólicas.
-Es que el hombre es triste por naturaleza. –sentenció el anciano,- No es el rigor de los elementos sino la nostalgia lo que lo socava. No hay que saber latín para entenderlo. El recuerdo de la infancia, el sabor del primer beso apasionado, qué sé yo, el deleite de las meriendas o la canción predilecta, muchas veces nos salvan del sinsentido.
-No le falta razón –afirmó contundente el hombre de negocios.
- Sí, el hombre es sedentario por naturaleza, está atado a la tierra por fuerzas telúricas y ancestrales. Quizás el azar o la aventura puedan alejarlo por años, pero siempre tiende a retornar al origen. El paisaje natal lo atrae con una extraordinaria fuerza centrípeta.
-No lo había visto de esa manera –dijo el hombre de negocios, que a esa altura de la conversación mostraba verdadero interés por la sapiencia del anciano.
-La nostalgia es ineludible cuando un sujeto se asoma a la terraza de la estación y sólo ve la noche espacial, hermosa si se quiere para un día o dos, pero no para siempre. A la larga, los campos de golf, las piscinas, los casinos, los muros de escalada, las grandes tiendas, los teatros, en fin, las casas de lenocinio y diversión de la estación espacial construidas para simular la vida terrestre, terminan por cansarlo. El individuo extraña sus montañas, añora el mar.
-Claro, es que no es fácil para nadie vivir confinado en un paraíso artificial a seis mil millones de kilómetros de la tierra –reconoció el hombre de negocios.
-Ese es justamente el punto –afirmó el anciano,- el expatriado tiene más miedo a la vida en esas circunstancias, que a la muerte misma. Lo invade un pavor justificable ante esa cosa nebulosa, absurda y resistente al análisis lógico, que es su estancia en el exilio.
-Y entonces, ¿cuál es la respuesta a tal sinsentido? –preguntó ansioso el hombre de negocios, como si de ello dependiera su existencia.
-No la tengo –respondió lacónico el anciano,-  pero acaso, como le dije antes, una forma de sobrellevarlo sea el recuerdo de la felicidad perdida.
-¡Arcadia! –suspiró el hombre de negocios.
-Veo que a usted también le gusta la mitología –sonrió el anciano.
-Sí señor, cuando era niño mi padre nos leía pasajes de mitología griega a la hora de la cena, y así fue como terminó gustándome. -respondió el hombre de negocios con el rostro iluminado por la evocación,- y, a propósito, señor, seré incisivo, pero si usted ve tan gris la estancia en el exilio plutoniano, ¿por qué razón aceptó la invitación de su nieta a la estación espacial de Estigia?
-Justamente por la misma razón que su padre, joven, para leerle cuentos a mi nieta antes de dormir –afirmó dulcemente el anciano, al tiempo que le mostraba al hombre de negocios su valija llena de libros con la obra completa de Roald Dahl.

Fin

jueves, 8 de marzo de 2018

Jitanjáfora electoral




Comparto con ustedes esta jitanjáfora escrita a propósito de la próxima jornada electoral

Vayan a cotar en voro
por el cabo prondidato;
que mor ví gote hasta el pato
pa` delener un buen tegado.

No voperdicien su desto
catableciendo a los rescos;
no belijan a reellacos
o su seto vorá perdido.

(Traducción libre del esperanto arcaico vociferado en las tierras boreales del trópico austral)

Vayan a votar en coro
por el probo candidato;
que por mí vote hasta el gato
pa´tener un buen delegado.
No desperdicien su voto
restableciendo a los cacos;
no reelijan a bellacos
o su voto será perdido.

lunes, 5 de febrero de 2018

Acerca de la obsolescencia programada

En un mundo presa de la interinidad, lo único que nos faltaba era la entelequia de la obsolescencia programada. Hoy resulta que los dueños de la tecnología nos la venden por un tiempo fugaz. Ya no basta ser cuidadosos con el celular, forrarlo con una carcasa y un vidrio anti rayones que lo protejan de los golpes del destino, en fin, de la ira de Dios o la rapidez de los ladrones. Ahora sucede que los adminículos que nos facilitan la vida diaria vienen de fábrica con su vida útil programada para obligarnos a consumir más, a ensuciar más el mundo con tanta basura tecnológica. Conque un día nos levantamos y ¡pop! el celular no prende, la impresora no imprime, el agua para el café no hierve. Y entonces nos percatamos (con frustración digna de mejor causa) de que no sirvió para nada tanto esmero en el cuidado de las cosas. Su destino ¡qué digo destino! su muerte ya estaba prefigurada por los dioses ubicuos y mezquinos de la tecnología. No es el fin del mundo, no. Es la certeza de que todo en este mundo es caduco, perecedero, provisional.
Pero más allá de la responsabilidad penal y ambiental, ya no digamos ética (¿ética?) de estas empresas tecnológicas, el asunto de la obsolescencia programada me pone a pensar en nuestras relaciones personales. ¿Estamos programando a nuestros jóvenes para establecer sólo relaciones temporales con compromisos determinados en un intervalo de tiempo? Desde luego no creo en eso de “estar juntos hasta que la muerte nos separe”, porque entre otras cosas puede constituirse en un incentivo perverso para el uxoricidio o el parricidio, que para el caso lo mismo da. Sin embargo, es mucho más hermoso acometer el camino de la vida en compañía del ser amado, como dice la canción de Héctor Ochoa, sin ninguna certeza de que la cosa va sólo por dos, cinco, diez años años, según se pacte en la cláusula de obsolescencia programada, y dejar más bien la relación en manos del corazón y de la autonomía de nuestros actos y omisiones, qué sé yo, del azar, así el asunto dure  sólo seis meses o hasta que la muerte nos separe.
OTROSÍ.

Se dice que el infierno está lleno de fabricantes de armas y de banqueros. Toca agregar a los dueños de las multinacionales farmacéuticas, a los traficantes de la fe y a los promotores de la tal obsolescencia programada. (Sigue la lista).

miércoles, 31 de enero de 2018

"Preámbulo a las instrucciones para cargar el celular"

Les comparto esta divertida paráfrasis del “preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”, de Julio Cortázar, escrita y leída por el realizador de Cine y Televisión Alejandro Gómez, donde trae a valor presente nuestra absurda dependencia de ese adminículo, que ahora no es el reloj sino el inefable teléfono celular. 


Preámbulo a las instrucciones para cargar el celular


Por: Alejandro Gómez Bedoya

Piensa en esto: cuando te regalan un celular te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el celular, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, gringo con las últimas aplicaciones; no te regalan solamente ese menudo rectangulito que cargarás en el bolsillo y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que unir a tu cuerpo como un alterego desesperado vibrando y sonando todo el tiempo. Te regalan la necesidad de cargarlo todos los días, la obligación de cargarlo para que siga siendo un celular; te regalan la obsesión de atender a WhatsApp o a Facebook o a tus fotos, o al servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu celular con los demás celulares. No te regalan un celular, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del celular.

jueves, 18 de enero de 2018

La incorrección política del abominable señor Trump



Quizás la ordinariez de Trump, el payaso funesto, sea más bien una virtud (la única) que nos pone de manifiesto la verdadera política exterior del país más poderoso del mundo, basada en el utilitarismo, el irrespeto y la intervención abusiva en los países más débiles que predicó Theodore Roosevelt.

La comunidad internacional  ha rechazado de manera unánime las declaraciones coprológicas del abominable señor Trump para referirse a ciertos países de América y Africa. Sin embargo, este personajillo no ha hecho otra cosa que verbalizar de modo explícito lo que en verdad piensa la clase política y corporativa del establecimiento estadounidense y que no se atreve a decir para proteger sus intereses mezquinos a través del eufemismo y la corrección política.

Otra cosa bien distinta es el gran pueblo norteamericano, el de Whitman, que ha construido una nación próspera con el trabajo digno de los inmigrantes de todas las latitudes, incluidos los provenientes de los hoyos de marras.

Así las cosas, a este matoncito del curso, a este grandulón sobre desarrollado y torpe si se quiere, hay que agradecerle que al menos dice las cosas de frente mostrando sus verdaderas intenciones, de suerte que los pequeños del salón saben a qué atenerse y no sufren engañados las afrentas que otrora padecían anestesiados por el discurso melifluo de la “libertad”.

¿Qué va del caballeroso Dr. Jekyll al horroroso señor Hyde?


Ayer nada más celebrábamos el ingreso del colombiano Yerry Mina al Barca, uno de los mejores equipos profesionales del mundo. Resaltábamos asimismo la historia de vida de Mina como ejemplo de trabajo, disciplina, en fin, de valores dignos de imitar. Hoy tenemos que registrar con vergüenza ajena el comportamiento inaceptable de otros colombianos de la Selección Colombia y jugadores del Boca Juniors, Edwin Cardona y Wilmar Barrios, acusados (ya confesos) de agredir a dos mujeres en Buenos Aires.

¿Que va de Yerry Mina a Cardona & Barrios? No en lo futbolístico, por supuesto, ya que todos son extraordinarios jugadores, sino en su comportamiento personal. ¿Cómo explicar ese contraste endémico en Colombia, esa bipolaridad que nos llena de orgullo por una parte y nos avergüenza por la otra? No soy nadie para juzgar; cada cual es uno y sus circunstancias (como dijo Ortega y Gasset), pero tengo para mí que la diferencia está cifrada en los valores inculcados con el ejemplo en el entorno familiar.


¡Que vaina, caramba, se me cayó al piso el gordito Cardona!