Por estos días se presenta en el parqueadero de Unicentro una exposición algo perturbadora para mi sensibilidad de peatón. Bajo el sugestivo nombre, "Bodies" (cadáveres, según la tercera acepción del diccionario Oxford, acaso la más acertada para el contexto), el espectáculo exhibe los cuerpos embalsamados de seres humanos que, a diferencia del museo de cera de madame Tussauds, son de verdad. Como quien dice, seres de carne y hueso, o mejor, seres de músculos, tejidos, nervios y tendones inertes pero inmortalizados con una técnica novedosa que resalta las texturas, ya no digamos para servir a la educación de galenos imberbes y abogados criminalistas, sino para solaz de los diletantes que cuentan con dinerillo para pagar la entrada.
Entonces me puse a pensar que algo en plata vale el cuerpo después de muerto, más todavía en este país donde la vida no vale nada o casi nada. Recordé asimismo que hace veinticinco años el país se escandalizó con la noticia del administrador de la morgue de una Universidad en Barranquilla que, ante la escasez de cadáveres para las prácticas anatómicas, asesinaba a personas indigentes para vender sus cuerpos a los estudiantes de medicina. De esta suerte, lejos de maravillarme por la belleza del cuerpo humano, la exposición de marras me suscito varias perplejidades. Y entendí el cuestionamiento del maestro Lisandro Duque en una de sus columnas de El Espectador, donde se preguntaba si los ataúdes de los difuntos destinados a la cremación son realmente sometidos al fuego junto con sus contenidos, o si por el contrario son reciclados (ataúd y cuerpo) por los funerarios antes de que se echen a perder en el horno, y asegurar con esta maroma una ganancia adicional. Siendo así las cosas, ¿qué es lo que le entregan a los deudos en la urna? ¿colillas de "Pielroja"?
Ahora bien, en cuanto a la repugnancia que sentimos por el comercio de la muerte, supongo que los mercachifles funerarios nos preguntarán en qué difiere esencialmente su línea de negocios con la de aquellos que se lucran con la vida como los armeros, los banqueros o los farmacéuticos. Al final del día todo se reduce al vil metal. Hasta las cenizas.
Mas es lo cierto que estos cuestionamientos tanatológicos me trajeron a la memoria la propuesta políticamente incorrecta del tío de mi adorada mujer, quien pocos días antes de su muerte prematura, a la tierna edad de noventa y cuatro años, propuso comprar un solo ataúd reutilizable por toda la familia en trance de viajar al otro toldo, habida cuenta de la maduración del riesgo de muerte (aunque no lo mencionó en términos estadístico-actuariales, claro está) de los parientes nacidos con anterioridad a 1940, muy próximos a seguirlo, y en consideración a un gasto suntuario destinado inútilmente a las llamas, cuya efímera “vida útil” se prolonga, a lo sumo, por setenta y dos horas comprendidas entre la velación del pasajero temporal, sus honras fúnebres y el horno. Y es que el tío Pablo, como buen patriarca antioqueño, siempre fue muy práctico, previsor y ahorrativo. Se entiende, entonces, la naturaleza utilitaria y prosaica, si se quiere, de su idea, más todavía cuando ha subido desmesuradamente el costo de la vida (que valoramos tan poco, sin embargo) y de la muerte, cómo no.
Lo que parece seguro es que la propuesta indecorosa del tío Pablo, hecha in artículo mortis, no cayó bien entre sus parientes sobrevivientes, no tanto por su falta de sensatez, que la tiene, como por el hecho, acaso macabro, de que nadie hubiera querido hacerse cargo de guardar en su casa el cajón comunitario hasta que fuera requerido por el siguiente “viajero” de la familia en turno a la eternidad.
De allí vino a resultar que, sin saberlo, el tío Pablo fue gestor y protomartir de las Agencias de Viajes "todo incluido" hacia el destino sin retorno, que hoy conocemos como servicios exequiales prepagados.
créditos foto: Don Brutalli, www.flickr.com
Lo que parece seguro es que la propuesta indecorosa del tío Pablo, hecha in artículo mortis, no cayó bien entre sus parientes sobrevivientes, no tanto por su falta de sensatez, que la tiene, como por el hecho, acaso macabro, de que nadie hubiera querido hacerse cargo de guardar en su casa el cajón comunitario hasta que fuera requerido por el siguiente “viajero” de la familia en turno a la eternidad.
De allí vino a resultar que, sin saberlo, el tío Pablo fue gestor y protomartir de las Agencias de Viajes "todo incluido" hacia el destino sin retorno, que hoy conocemos como servicios exequiales prepagados.
créditos foto: Don Brutalli, www.flickr.com