(Estación de la Sabana, Bogotá, D.C., foto de wikipedia)
Por: H. Darío Gómez A.
Como
en el cuento “Casa tomada”, de Julio Cortazar, a partir de 1992, cuando
salieron los últimos 24 empleados de la liquidada empresa de Ferrocarriles
Nacionales, llegaron funcionarios anodinos de los gobiernos de turno para
desmantelar la que fuera una de
las más hermosas estaciones del ferrocarril de Colombia. Me refiero a la Estación
de la Sabana, diseñada por el arquitecto Mariano Santamaría y construida bajo
la dirección del ingeniero William Lidstore hasta su culminación en 1924. De
nada sirvió que mediante el Decreto 2390 del 26 de septiembre de 1984 el
Gobierno Nacional declarara el edificio como un Monumento Nacional. Al igual
que las hermosas mansiones de Teusaquillo abandonadas por sus distinguidos propietarios, la estación fue ocupada por nuevos residentes que la envilecieron,
cambiando su uso hasta desdibujarla. Tal ha sido el triste destino de nuestro
patrimonio arquitectónico nacional.
Lo
cierto es que somos un país con poca memoria. De tal suerte, este Monumento Nacional
que debiera ser un museo del Ferrocarril, con la función de
recordarnos que alguna vez tuvimos tren, se convirtió en una especie de
inquilinato donde el Fondo de Pasivo Social de los Ferrocarriles Nacionales,
entidad creada por el Gobierno para administrar la salud y las pensiones de los
antiguos trabajadores ferroviarios, tuvo que compartir su sede natural, en común
y pro indiviso, con dependencias del Ministerio del Transporte, la
Superintendencia de Puertos y Transporte, y, finalmente, con la Dirección
Nacional de Transportes de la Policía Nacional.
Sin embargo, aún con esa tenencia precaria, durante
30 años la Estación de la Sabana fue la casa del Fondo de Pasivo Social de los
Ferrocarriles de Colombia, y por ende el único vínculo de los antiguos
trabajadores ferroviarios con su hogar. Así, el formidable vestíbulo central de
la estación recibió a los pensionados como esa madre amorosa que se alegra de
acoger a sus hijos. Bajo sus hermosas columnas de piedra con capiteles corintios,
los antiguos ferrocarrileros recordaron muchas anécdotas del tren.
Pero nada hay definitivo. Y para tristeza de los
ferroviarios, otra decisión indolente del Gobierno Nacional dispuso el traslado
del Fondo de su sede original, la Estación de la Sabana, para el horroroso edificio de
Cudecom. Parece que sus directivos creyeran con el oscuro Director del Centro
de Memoria Histórica, que los ferrocarrileros al igual que las víctimas, tienen
que olvidar definitivamente una parte fundamental de sus vidas. Olvidar el
tren. Resulta indignante que hoy los pensionados, sus viudas, sus hijos, sus
nietos, en fin, sus familiares, ya no puedan ingresar a la que fue su casa
durante tantos años. Tengo la
impresión de que una vez más, intereses mezquinos quieren borrar los vestigios
de lo que un día fue el transporte más eficiente y digno del país.
En el ático del cuerpo central de la fachada de
la Estación de la Sabana se encuentra tallado el escudo nacional, y sobre él se
posa el cóndor de los Andes que llora por la ausencia de sus moradores
originales, los ferroviarios.