Portafolio

En este blog encontratás los portafolios de las organizaciones conformadas por ciudadanos activos y participativos que realizan su labor de gestores y actores culturales en la ciudad de Bogotá, Colombia.

viernes, 28 de febrero de 2020

Los desterrados de la Estación de la Sabana




(Estación de la Sabana, Bogotá, D.C., foto de wikipedia)


Por: H. Darío Gómez A.

Como en el cuento “Casa tomada”, de Julio Cortazar, a partir de 1992, cuando salieron los últimos 24 empleados de la liquidada empresa de Ferrocarriles Nacionales, llegaron funcionarios anodinos de los gobiernos de turno para desmantelar  la que fuera una de las más hermosas estaciones del ferrocarril de Colombia. Me refiero a la Estación de la Sabana, diseñada por el arquitecto Mariano Santamaría y construida bajo la dirección del ingeniero William Lidstore hasta su culminación en 1924. De nada sirvió que mediante el Decreto 2390 del 26 de septiembre de 1984 el Gobierno Nacional declarara el edificio como un Monumento Nacional. Al igual que las hermosas mansiones de Teusaquillo abandonadas por sus distinguidos propietarios, la estación fue ocupada por nuevos residentes que la envilecieron, cambiando su uso hasta desdibujarla. Tal ha sido el triste destino de nuestro patrimonio arquitectónico nacional.

Lo cierto es que somos un país con poca memoria. De tal suerte, este Monumento Nacional que debiera ser un museo del Ferrocarril, con la función de recordarnos que alguna vez tuvimos tren, se convirtió en una especie de inquilinato donde el Fondo de Pasivo Social de los Ferrocarriles Nacionales, entidad creada por el Gobierno para administrar la salud y las pensiones de los antiguos trabajadores ferroviarios, tuvo que compartir su sede natural, en común y pro indiviso, con dependencias del Ministerio del Transporte, la Superintendencia de Puertos y Transporte, y, finalmente, con la Dirección Nacional de Transportes de la Policía Nacional.

Sin embargo, aún con esa tenencia precaria, durante 30 años la Estación de la Sabana fue la casa del Fondo de Pasivo Social de los Ferrocarriles de Colombia, y por ende el único vínculo de los antiguos trabajadores ferroviarios con su hogar. Así, el formidable vestíbulo central de la estación recibió a los pensionados como esa madre amorosa que se alegra de acoger a sus hijos. Bajo sus hermosas columnas de piedra con capiteles corintios, los antiguos ferrocarrileros recordaron muchas anécdotas del tren.

Pero nada hay definitivo. Y para tristeza de los ferroviarios, otra decisión indolente del Gobierno Nacional dispuso el traslado del Fondo de su sede original, la Estación de la Sabana, para el horroroso edificio de Cudecom. Parece que sus directivos creyeran con el oscuro Director del Centro de Memoria Histórica, que los ferrocarrileros al igual que las víctimas, tienen que olvidar definitivamente una parte fundamental de sus vidas. Olvidar el tren. Resulta indignante que hoy los pensionados, sus viudas, sus hijos, sus nietos, en fin, sus familiares, ya no puedan ingresar a la que fue su casa durante tantos años.  Tengo la impresión de que una vez más, intereses mezquinos quieren borrar los vestigios de lo que un día fue el transporte más eficiente y digno del país.

En el ático del cuerpo central de la fachada de la Estación de la Sabana se encuentra tallado el escudo nacional, y sobre él se posa el cóndor de los Andes que llora por la ausencia de sus moradores originales, los ferroviarios.


viernes, 21 de febrero de 2020

Versión libre. (a la manera de los crímenes ejemplares de Max Aub)




Al subir al autobús, el conductor arrancó a toda velocidad sin darme tiempo para asirme de la barandilla, haciéndome golpear la cabeza con un tubo. Luego frenó violentamente y me estrellé contra el vidrio de la cabina. "Salvaje", le grité. "Eso es para que se acomode", me contestó riendo. "Los pasajeros no somos ganado", vociferé iracundo, arremetiendo contra su humanidad. El sujeto pataleó desesperadamente bajo el volante mientras lo ahorcaba con la correa de mi maletín.

Dizque el motivo era fútil, me dijo el juez.

Versión libre.




Al subir al autobús, el conductor arrancó a toda velocidad sin darme tiempo para asirme a la barandilla, haciéndome golpear la cabeza con el pasamanos. Luego frenó violentamente y me estrellé contra el vidrio de la cabina. ¡Salvaje!, le grité. ¡Eso es para que se acomode!, me contestó riendo. El sujeto pataleó desesperadamente bajo el volante, mientras lo ahorcaba con la correa de mi maletín.

Que el motivo era fútil, me dijo el juez.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Fanzine Patescaut #2 "En Colombia hubo tren hasta que se jodió"


 
 
Editorial

Por: H. Darío Gómez A.

Al pie de la garita blanca con techo anaranjado que aloja al guardabarreras del paso a nivel de la calle 183 con la avenida NQS, en Bogotá, subsiste un anuncio oxidado y mesiánico de la extinta  FERROVÍAS, donde se lee: “Vuelve el tren”.  Sin embargo el tren nunca volvió en realidad, y antes bien, la empresa  constituida para reemplazar a los Ferrocarriles Nacionales de Colombia fue liquidada sin pena ni gloria en 2007. Otro monumento a la desidia del Estado, cuya clase politiquera y burocrática abandonó uno de los medios de transporte más seguros, de bajo costo e importante para el desarrollo económico y social del país, pese a que, como afirmó la Asociación de Ingenieros Ferroviarios de Colombia, “la economía de un país se mide por las vías de comunicación que tenga.   El ferrocarril es el modo óptimo para el transporte de grandes volúmenes a grandes distancias.   En países desarrollados los ferrocarriles son de primer orden. En Francia es la Empresa más importante del país. Tiene 90,000 km de vías férreas en un área menos de la mitad de la de Colombia.”


A falta de algo mejor que hacer mientras pasa uno que otro tren fantasma, el guardabarreras en cuestión cultiva en el solar  de  doce metros cuadrados donde se erige la caseta, un pequeño jardín con geranios blancos y rojos embutidos en tarros de galletas, a manera de altar para mantener viva la ilusión por el regreso del tren de verdad, que, como el salvador anticipado por los profetas, nos librará de la inmovilidad inveterada que nos agobia.

En el presente número de Patescaut incluimos un par de crónicas, donde sus autores recogen la frustración de los colombianos por la falta del tren, y realizan una suerte de catarsis desde la historia y la nostalgia, a través del testimonio de sus sobrevivientes.

El tren quizás no volverá realmente, más la esperanza es lo que cuenta.