Editorial
Por: H. Darío Gómez A.
Al pie de la garita blanca con techo anaranjado que aloja al guardabarreras del paso a nivel de la calle 183 con la avenida NQS, en Bogotá, subsiste un anuncio oxidado y mesiánico de la extinta FERROVÍAS, donde se lee: “Vuelve el tren”. Sin embargo el tren nunca volvió en realidad, y antes bien, la empresa constituida para reemplazar a los Ferrocarriles Nacionales de Colombia fue liquidada sin pena ni gloria en 2007. Otro monumento a la desidia del Estado, cuya clase politiquera y burocrática abandonó uno de los medios de transporte más seguros, de bajo costo e importante para el desarrollo económico y social del país, pese a que, como afirmó la Asociación de Ingenieros Ferroviarios de Colombia, “la economía de un país se mide por las vías de comunicación que tenga. El ferrocarril es el modo óptimo para el transporte de grandes volúmenes a grandes distancias. En países desarrollados los ferrocarriles son de primer orden. En Francia es la Empresa más importante del país. Tiene 90,000 km de vías férreas en un área menos de la mitad de la de Colombia.”
A falta de algo mejor que hacer mientras pasa uno que otro tren
fantasma, el guardabarreras en cuestión cultiva en el solar de doce
metros cuadrados donde se erige la caseta, un pequeño jardín con geranios
blancos y rojos embutidos en tarros de galletas, a manera de altar para
mantener viva la ilusión por el regreso del tren de verdad, que, como el
salvador anticipado por los profetas, nos librará de la inmovilidad inveterada
que nos agobia.
En el presente número de Patescaut incluimos un par de crónicas, donde
sus autores recogen la frustración de los colombianos por la falta del tren, y
realizan una suerte de catarsis desde la historia y la nostalgia, a través del
testimonio de sus sobrevivientes.
El tren
quizás no volverá realmente, más la esperanza es lo que cuenta.
Es muy triste saber que el medio de transporte terrestre más eficaz para carga pesada (una locomotora arrastra el mismo tonelaje que 10 tractomulas), pero las mafias locales de los camioneros se encargaron de matar el tren para quedarse con el negocio. Excelente artículo, felicitaciones Darío!
ResponderEliminarMil gracias, maese Román. Le guardaré un número de la revista con mi crónica.
EliminarOtra verdad objetiva y sincera, realidades que nos aquejan y que aprendemos a vivir con ellas sin mayor queja. Felicidades Dario, elocuencia con fina tinta.
ResponderEliminar