Adoro el Western. Y a despecho de sus detractores, este delicioso género cinematográfico no morirá, al menos mientras viva ese gigante de rostro pétreo y mirada insondable llamado Clint Eastwood. Siempre llevaré conmigo la imagen del pistolero sin nombre -el bueno de la trilogía del dólar de Leone- que comparte su cigarro con un soldado moribundo, víctima de la absurda –como todas- guerra de secesión.
Los sábados por la tarde suelo encerrarme a ver mis películas del oeste, sin esposa ni descendencia que interrumpan mi cinefilia. Congruo privilegio de quien, como yo, pasa del medio siglo de trajín.
El caso es que hacia las seis de la tarde llega doña Inés del alma mía, me encuentra encerrado a oscuras en nuestro cuarto y me pregunta con desconfianza: -¿Qué estás haciendo? - entonces le digo que estoy viendo una película que trata de unos mineros que trabajan en las montañas del oeste explotando oro de aluvión de manera artesanal, es decir, respetando el río. Y que, no lejos de allí, hay un poderoso imperio de explotadores industriales de oro que bombardean la tierra con agua a presión para erosionarla y agotar su manto de forma irresponsable, contaminando los cuerpos de agua con arsénico. No satisfechos con esto, los poderosos industriales quieren apoderarse de la tierra de los mineros artesanales, y en aras de conseguirlo, contratan a un grupo de temibles matones para intimidarlos y despojarlos. Afortunadamente llega como de milagro un predicador, pistolero penitente –Clint Eastwood-, para defender a los artesanos de los bandidos. Finalmente este justiciero solitario acaba hasta con el nido de la perra, redimiendo así a los oprimidos, ¡que ironía!, no con salmos ni con oro, sino con físico plomo.
Pero doña Inés me responde algo molesta: -si no quieres contarme, está bien, pero no me vengas a repetir las noticias de ayer. –Y, en efecto, salvo por el predicador, pistolero penitente, caigo en la cuenta de que en el oeste, pero el oeste antioqueño, los mineros artesanales del bajo Cauca están siendo amenazados, despojados, perseguidos y asesinados por bandas criminales -antes denominadas narco paramilitares-, dedicadas ahora a la explotación indiscriminada del oro, contaminando y dragando el río Nechí y otros tributarios del río Cauca.
Ante la infortunada coincidencia, le insisto a doña Inés Elvira que la película que estaba viendo se llama “El Jinete Pálido”, que es un Western recreado a finales del siglo XIX en el oeste norteamericano, producido, dirigido e interpretado por Clint Eastwood, y que fue estrenado en 1985. Es decir, hace treinta años. Y que si no me cree, pues que vea la película conmigo. Mas, ella intuye el mal negocio que haría en caso de aceptar mi propuesta, y declina la invitación.
De esta anécdota insustancial sólo me queda claro que el western, género que se creía agotado, conserva plena vigencia en nuestra sufrida patria; al menos desde el punto de vista argumental. Y lo peor es que no se prefigura ningún predicador, pistolero penitente, que, como un jinete del apocalipsis, venga a librarnos de los bandidos.
créditos foto: Museum of cinema, www.flickr.com
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