"Trabajando, para el pueblo, trabajandoooooo... /
trabajando en todo momento toda una vida me pasé yo, /
si usted quiere en estos momentos voy a contarle lo que hice yo. /
Para lograr mi mantenimiento, fui cocinero, fui pescador, /
fui carpintero, fui panadero, fui carretero y fui leñador... /
fui comerciante, fui detallista, casamentero y enterrador, /
luego cartero, luego lechero, chicharronero allá en Bayamón... /
músico poeta y loco, de todo un poco he sido yo"
Canción "Trabajando" (Howy Lewis) cantada por Daniel Santos. Disco "Johnny y Daniel, los Distinguidos", 1.979, Fania Records.
Conviene aclarar de entrada que el rebusque no merece ningún elogio. Porque el rebusque es sinónimo de precariedad, de opción alternativa a la falta de oportunidades y a la inequidad. Es el acicate de las autoridades para justificar el subempleo y la informalidad, para disfrazar sus estadísticas mendaces, en fin, es el expediente al que tienen que acudir los más infortunados para no dejarse de morir de hambre. Elogiar el rebusque sería tanto como elogiar la terapéutica ejercida desde ultratumba por el venerable José Gregorio Hernández, para curar la enfermedad.
El rebuscador, en cambio, y por supuesto la rebuscadora -en nuestro país la pobreza tiene rostro de mujer, dijo acertadamente una de ellas-, son ciudadanos, y aun menores de edad, que con su ingenio y valentía intentan mitigar los apremios del destino. De esta suerte, los rebuscadores se suben a los buses para vender chocolates de Turquía con dudosa fecha de vencimiento, dan conciertos de arpa para amenizar los “trancones”, y narran cuentos capaces de arrancar sonrisas o lagrimones a los pasajeros abúlicos del transporte público. Ni el Gobierno ni los empresarios avaros -no todos, desde luego- se ocupan de los rebuscadores. Pero ante su incapacidad para resolver los problemas sociales, los burócratas deciden bautizarlos. Y para tal efecto utilizan eufemismos tan ridículos como: trabajadores informales, habitantes de calle, adultos mayores, menores adultos, adolescentes en riesgo, mujeres cabeza de familia, discapacitados, “migrantes”, recicladores, “prostitución infantil”, ¡háganme el favor!, población vulnerable, y otras lindezas de tenor parecido.
Y los rebuscadores ocupan el espacio público, claro está. Tienden en los andenes sus colchas con mercancías ordinarias, algunas candorosas, otras extravagantes; sus versiones “pirateadas” de los “best sellers” y de los estrenos cinematográficos; sus carritos adaptados para la venta de chicharrón y perros calientes, sus termos con tinto y agua aromática; sus maromas de saltimbanqui, sus canciones de Celia Cruz con karaoke y parlante de pilas, qué sé yo. Y eso ofende, es lógico, a quienes se creen dueños del espacio público que accede a sus propiedades privadas. De manera que llega la autoridad competente a retirar por la fuerza a los rebuscadores, con todo y sus mercancías; y acto seguido, ocupan el espacio público recién evacuado, las camionetas oficiales de nuestros funcionarios públicos –con toda su caravana de escoltas- que duran estacionadas por horas en los sitios prohibidos, impidiendo el tránsito peatonal por las aceras -como pasa en Usaquén-, mientras ellos comen en los restaurantes de moda por cuenta de nuestros impuestos.
Pocas veces he visto un cuadro más patético que un camión de la policía con las pertenencias decomisadas a los rebuscadores. Las bicicletas encaramadas a las malas sobre los carritos de hamburguesas lucen desamparadas sin sus dueños; las sombrillas destilan lágrimas terrosas por los pliegues de sus lonas desteñidas, y los cajones de dulces y chicles miran con desesperanza sus entresijos regados por el piso.
-“Aquí no hay oportunidad. Capacidades son las que tengo. Fíjese no más la capacidad de aguante. Pero estoy en desventaja. Cada día empezar de cero, buscando los tres golpes, si tuviera al menos el desayuno asegurado.” -dice el vendedor del cuento de Aymer Zuluaga. Contundente. Y eso es precisamente lo que yo elogio del rebuscador: su persistencia, su capacidad de volver a empezar cada día contra todo pronóstico, su desafío al absurdo. Es que en Colombia “los héroes si existen”.
creditos foto: www.flickr.com
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