"También en las artes y las letras el industrial desalojó al artesano"
Nicolás Gómez Dávila
El próximo 21 de abril de 2015 se iniciará la vigésima octava versión de la Feria del Libro de Bogotá, un importante evento que es para la cultura del libro contemporáneo, guardadas proporciones, lo que La Divina Comedia de Dante es para vislumbrar el pensamiento de la Edad Media. Consiste en una estupenda oportunidad, ya no digamos para el encuentro de escritores y editores con el gran público, sino también para el deleite del ciudadano de a pie que cuenta con este espacio estelar para acercarse al libro que le es tan esquivo en otras épocas del año, ora por desinterés, ora por falta de tiempo o de dinero (sobran excusas para no leer). Lo cierto es que si bien la afluencia de público ha sido masiva históricamente, hecho que se ha visto reflejado en el éxito de las ventas, también lo es que muchos asistentes no pueden adquirir libros durante la feria por sus precios elevados, sumados, como no, al costo de las entradas. Se me dirá que siete mil pesos (valor de la boleta) no son gran cosa, pero si uno multiplica esa cifra por cinco (tamaño promedio de una familia), resulta una suma representativa para muchos bogotanos de escasos recursos. En nuestro Sistema de Seguridad Social en Salud, que es el que más conozco, se ha acuñado el término, “barrera de acceso financiera”, para significar que la cuota moderadora, por barata que sea, puede llegar a impedir el acceso a la atención médica de la población más vulnerable, en contra vía de la política pública de fomento de la salud, o de la lectura para el caso que nos ocupa.
Con lo anterior no quiero decir que la entrada deba ser gratuita (sería inmanejable el evento en Corferias), sino que el valor de la boleta podría ser más democrático: pongamos por caso, de tres mil pesos por adulto y dos mil pesos por niño, que es más o menos, al cambio oficial, lo que cobra la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. De igual forma, considero que los asistentes al evento podrían recibir más por el precio de la boleta que pagan. Yo recuerdo que hace veinte años, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, los patrocinadores del evento eran generosos y realizaban en las tarimas del recinto ferial varios conciertos con artistas famosos de los países invitados, y las editoriales otorgaban a los asistentes precios de feria mucho más favorables que los de vitrina en las librerías de la ciudad. Pero ya no. Conozco varios lectores que han dejado de acudir a la Feria del Libro porque encuentran en las librerías tradicionales de Bogotá todas las novedades de feria a precios inclusive menores que en el evento en cuestión. Y sin pagar siete mil pesos de más (amén de taxis y refrigerios) ni padecer las multitudes.
En fin, es una idea disparatada e insustancial de un peatón amante de los libros, que ni quita ni pone. Mas, es lo cierto que hay en la calle una sensación, cada vez más generalizada, de que los patrocinadores, organizadores y expositores de la Feria Internacional del Libro de Bogotá se están anquilosando por la fama, volviéndose cada vez más avaros y menos creativos. No sólo lo digo yo, también “me lo dijo Adela”.
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