En el “Festival de la chicha, la vida y la
dicha” del barrio de la Perseverancia, hasta los toldos donde venden la bebida
conmemorativa están patrocinados por Cerveza Aguila. ¡Qué ironía! Pero al fin y
al cabo, qué es lo que no está patrocinado
en nuestra patria por esa dichosa cervecería.
Quizá la nueva generación del barrio no
recuerde que hace sesenta y cinco años el Ministro de Higiene, Doctor Jorge Bejarano,
proscribió la elaboración de chicha por considerar que su consumo era inmoral, antihigiénico y embrutecía al
pueblo. Lo que omitió aclarar en su momento el ministro de marras, es que no es
la chicha en sí lo que embrutece, sino el exceso de consumo de alcohol, ya sea
el producido por la fermentación de la bebida ancestral o por los cuarenta
grados Gay Lussac del whisky importado de Glasgow que consumían en el Gun Club
los amigos higiénicos (¿e inmorales?) del funcionario en cuestión. O por la cerveza, cómo no, que se
convirtió en la bebida popular sucedánea de la chicha, haciéndole de paso el
favor a las cervecerías que pelecharon a costa de la criminalización de la
bebida indígena. Y así fue como la chicha, nuestra bebida vernácula, se quedó sin el género y con el pecado.
Sin embargo los vecinos de la Perseverancia,
haciendo honor a la virtud que le da nombre a su barrio (y que destacó en sus
habitantes el caudillo del pueblo, Jorge Eliecer Gaitán), no han renunciado a
sus costumbres ancestrales y antes bien han reivindicado durante décadas el
consumo de la chicha, hasta el punto que las autoridades declararon su
festival como patrimonio cultural de la ciudad.
Si en Múnich tienen los alemanes su “oktoberfest”,
en Bogotá tenemos los colombianos nuestro “Festival de la chicha, la vida y la
dicha”. De manera que, al menos durante el fin de semana que pasó, la chicha
reinó de nuevo en el barrio de la Perseverancia. Reinó también su dulce y madura representante (hay foto), el colorido de
sus calles, la alegría de su gente y el paisaje pintoresco de la plaza, presidida
por el busto desafiante del caudillo del pueblo: ¡A la carga! Todo eso y mucho más pude ver
desde el marco de la puerta de una tienda centenaria que, como la ventanita del poeta Vidales, parecía
un cuadro con paisaje en movimiento.
(Fotos de Alejandro Gómez B.)
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