En buena hora Unesco declaró los cantos de vaquería de los llanos de Venezuela y Colombia como patrimonio inmaterial de la humanidad. El galerón llanero, que recoge en hermosos versos las rimas consonantes que terminan con la sílaba “ao” tiene, como afirmaba el maestro Guillermo Abadía Morales, la función de arrullar al ganado mientras es conducido por los vaqueros a través de las extensas llanuras cruzadas por el Arauca, el Meta y el Orinoco, que no son ríos Venezolanos ni Colombianos sino llaneros. Porque la frontera en esa inmensidad es una convención inexistente. Es una seguidilla de puntos y rayas en la abstracción de un mapa, innecesaria por demás para los bravos vaqueros que arrean ganado a uno y otro lado sin importar su nacionalidad.
Hay un hermoso galerón, de autor desconocido (colombiano o venezolano, lo mismo da) como corresponde consecuentemente con el entorno descrito, que tiene versiones diferentes a lo largo de la llanura colombo-venezolana. Se trata del canto denominado “En los llanos del setenta”, cuyos versos retratan de manera fiel la bravura del vaquero durante sus jornadas arreando ganado. Por su extensión me limito a transcribir de memoria los versos que aprendí desde pequeño, acaso porque el disparate y la exageración que nos hacen reír son más elocuentes en la mente de un niño que la prosa aburrida y trascendente. El curioso lector sabrá perdonar alguna omisión o error de la memoria que, en todo caso, como dijera Borges, es una secreta corrección.
En los llanos del setenta
(Galerón llanero, fragmento)
“(…)Yo le dije al mayordomo
que me tenía contratao:
écheme ese toro ajuera
del espinazo bragao
hijo de la vaca mora
y el toro rabipelao
pa sacarle aquí una suerte
con esta señora al lao.
Al animal me le abrí
con el trapo desdoblao;
le saqué cuarenta lances
y lo dejé arrodillao (...)
Y el mayordomo me dijo:
que me tenía contratao:
écheme ese toro ajuera
del espinazo bragao
hijo de la vaca mora
y el toro rabipelao
pa sacarle aquí una suerte
con esta señora al lao.
Al animal me le abrí
con el trapo desdoblao;
le saqué cuarenta lances
y lo dejé arrodillao (...)
Y el mayordomo me dijo:
Usté ya vendrá almorzao;
yo le dije al mayordomo:
Apenas desayunao:
Cuatro platos de cuchuco
Un almú de maíz tostao,
Tres tazas de güevos tibios
una ración de pescao,
Tres costillas de marrano
Y una totuma e´cacao.
Si me lo dan lo trago
Y si no, aguanto callao,
Me llaman el cuarenta muelas
Y a nadien las he mostrao
Y si las llegare a mostrar
Juera el sol clisao,
la luna chorriando sangre
y el mundo todo trocao:
las nubes echando chispas,
los cerros envolcanaos,
las lagunas de parriba
y los ríos evaporaos,
los astros todos regüeltos
y el mesmo Dios asustao
la luna chorriando sangre
y el mundo todo trocao:
las nubes echando chispas,
los cerros envolcanaos,
las lagunas de parriba
y los ríos evaporaos,
los astros todos regüeltos
y el mesmo Dios asustao
(…)"
Y estos son los versos que me vinieron a la memoria justo ahora que Unesco, en buena hora, declaró los cantos de vaquería de los llanos colombo-venezolanos como patrimonio inmaterial de la humanidad
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