Portafolio

En este blog encontratás los portafolios de las organizaciones conformadas por ciudadanos activos y participativos que realizan su labor de gestores y actores culturales en la ciudad de Bogotá, Colombia.

miércoles, 27 de mayo de 2020

“Vanity Fair” en Usaquén




Tomo prestado el nombre de la famosa revista del corazón, sin ánimo de banalizar el glamour, con la esperanza de no ser demandado por el uso indecoroso de sus derechos de autor. Pero, al fin de cuentas, la vanidad es patrimonio de la humanidad y además está muy de moda en Usaquén. Allí los lujosos restaurantes de autor se han convertido en enormes vitrinas adonde acude la gente chic de Bogotá, no tanto para disfrutar de la buena comida, como para que la vean comer. Sin embargo, tan presuntuosa afectación tiene sus inconvenientes: no siempre sus espectadores son trabajadores honrados, que, de paso hacia los restaurantes populares, tragan saliva al contemplar las viandas que disfrutan los comensales que exhiben sin pudor su riqueza ante la galería.  De golpe sucede algo inesperado que rompe el encanto sensual de la opulencia: un desharrapado sin nada que perder se acerca a la enorme vitrina de la cebichería “La mar”, donde una mujer elegante y hermosa degusta un exquisito carpaccio de salmón. El sujeto desmueletado pega lentamente su nariz al vidrio del ventanal, saca la lengua con lascivia y le pica el ojo a la buena señora, al tiempo que extiende su mano mugrienta para invocar conmiseración o acaso provocar deliberadamente asco. Este cuadro no dura más de diez segundos, justo el tiempo que demora en llegar la seguridad del restaurante para llevarse al “habitante de la calle” (ridículo eufemismo para designar a los marginados). Pero ya es tarde; el daño está hecho. La fealdad de la miseria cae como un moscardón en la sopa de la opulencia. ¡PLAF! La señora, congestionada, no digamos ya, aterrada, toma un sorbo de agua y se retira por un momento al baño. Con notoria incomodidad su acompañante deja la servilleta sobre la mesa, arregla su corbata Hermés colección de otoño, y le exige al mesero que los acomode en otra mesa, lejos del ventanal de la infamia. Y es que la ostentación es ofensiva. A mi modo de ver, la pequeña venganza del desharrapado de la anécdota no es más que su respuesta a la humillación infligida involuntariamente, si se quiere, por la mujer de marras. Ser rico no es un pecado. No hay que caer en las trampas del maniqueísmo. Allá cada cual con su conciencia acerca de la forma en que amasó su fortuna “sin convertir en harina a los demás”(como decía Mafalda). Sabemos que la solidaridad no cunde en ciertos círculos, y que la manida responsabilidad social empresarial no es más que una entelequia para evadir impuestos y despercudir el rostro de la avaricia. Pero ostentar esa riqueza impúdicamente en un país donde semanalmente mueren de hambre 300 niños, como lo denunció un estudio de la Universidad Nacional, si es una canallada. Quizá por eso me resultó tan refrescante el inútil desquite del andrajoso, así los áulicos de los nuevos y viejos ricos me vengan ahora con que lo mío es pura mala leche mezclada con envidia de la mala. La justicia poética no es tanto un desquite como una técnica literaria, en la que a veces los más débiles se salen con la suya.  Y a veces, muy pocas, también pasa en la realidad.

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