De la guía zurda de Bogotá
Cada cierto tiempo me viene una necesidad imperiosa de perderme en la muchedumbre. Impulso extraño si se tiene en cuenta que mi espíritu ermitaño se siente más a gusto trasegando por los caminos de la soledad. Acaso se deba a mi afición por los contrastes, esto es, la dicha de sentir que cuando abandono la turbamulta recupero mi individualidad y con ella, cómo no, el privilegio de volver a ser hombre y no masa.
Cada cierto tiempo me viene una necesidad imperiosa de perderme en la muchedumbre. Impulso extraño si se tiene en cuenta que mi espíritu ermitaño se siente más a gusto trasegando por los caminos de la soledad. Acaso se deba a mi afición por los contrastes, esto es, la dicha de sentir que cuando abandono la turbamulta recupero mi individualidad y con ella, cómo no, el privilegio de volver a ser hombre y no masa.
Como sea, ayer realicé mi peregrinación laica
al barrio Veinte de Julio, en el sur de la ciudad, y me integré a una multitud
de creyentes que tenía puesta su fe en el Divino niño Jesús sonrosado y regordete del
santuario fundado por el salesiano Juan del Rizzo. Imposible no enternecerse
uno con la esperanza legítima de los feligreses depositada en “el amigo que nunca falla”.
Me consta que no todos los peregrinos van a pedir favores. Muchos acuden para
agradecer los beneficios recibidos. Mas, es lo cierto que la falta de oxigeno, el
calor, los estrujones y los olores indescriptibles de la masa dominical forman
parte de la mortificación que se debe padecer con estoicismo cristiano para que
surtan mayor efecto las peticiones.
La calle veintisiete sur y la carrera quinta son prácticamente intransitables por la cantidad de vendedores de reliquias que prefirieron mantenerse en la vía pública, estorbando la circulación, a establecerse en la plaza ferial construida por la alcaldía para mayor comodidad de los acudientes. La plaza en cuestión, sin estrenar, luce como un enorme elefante blanco en estado de letargo. Nunca me he explicado esa actitud tan refractaria al cambio, a la higiene, en fin, esa preferencia tozuda por el caos.
Alrededores del Santuario del Veinte de Julio, Bogotá, D.C.
Si uno sigue por la carrera sexta hacia el norte, pasando la plaza de mercado hasta la calle 20 sur, logra salvar la multitud y se encuentra al rompe con una agradable sorpresa urbanística. Se trata del barrio Primero de Mayo, sí, otro barrio con nombre de fecha. En Bogotá, quizás por un atavismo hispánico, somos dados a ponerles, por buen nombre, una fecha memorable a nuestros barrios. Así por ejemplo, están el Siete de Agosto, el Once de Noviembre, el Doce de Octubre y otros por el estilo. Pero volvamos al Primero de Mayo. Es un hermoso complejo residencial construido con indiscutible estilo inglés por la Caja de Vivienda Popular, hace más de setenta y cinco años. Sus casitas en serie, con fachada de ladrillo a la vista y tejados inclinados para que no se pose la nieve (aunque acá en el trópico no nieva), nos recuerdan los barrios obreros de la periferia londinense. Y como buen barrio obrero, reivindica con su nombre la fecha emblemática de los trabajadores, así como sus logros en dignidad y calidad de vida. Porque dignidad es lo que le sobra al barrio Primero de Mayo, cuyos habitantes han procurado mantener la belleza sin ínfulas del lugar. Es una lástima que las urbanizaciones populares del siglo XXI no tengan ese concepto de dignidad y hayan sucumbido al criterio mercantilista, utilitario y mezquino de las firmas constructoras.
Si uno sigue por la carrera sexta hacia el norte, pasando la plaza de mercado hasta la calle 20 sur, logra salvar la multitud y se encuentra al rompe con una agradable sorpresa urbanística. Se trata del barrio Primero de Mayo, sí, otro barrio con nombre de fecha. En Bogotá, quizás por un atavismo hispánico, somos dados a ponerles, por buen nombre, una fecha memorable a nuestros barrios. Así por ejemplo, están el Siete de Agosto, el Once de Noviembre, el Doce de Octubre y otros por el estilo. Pero volvamos al Primero de Mayo. Es un hermoso complejo residencial construido con indiscutible estilo inglés por la Caja de Vivienda Popular, hace más de setenta y cinco años. Sus casitas en serie, con fachada de ladrillo a la vista y tejados inclinados para que no se pose la nieve (aunque acá en el trópico no nieva), nos recuerdan los barrios obreros de la periferia londinense. Y como buen barrio obrero, reivindica con su nombre la fecha emblemática de los trabajadores, así como sus logros en dignidad y calidad de vida. Porque dignidad es lo que le sobra al barrio Primero de Mayo, cuyos habitantes han procurado mantener la belleza sin ínfulas del lugar. Es una lástima que las urbanizaciones populares del siglo XXI no tengan ese concepto de dignidad y hayan sucumbido al criterio mercantilista, utilitario y mezquino de las firmas constructoras.
Continuando mi peregrinación con rumbo norte, encontré
otra hermosa joya arquitectónica: la iglesia de Santa Bárbara, en la
carrera
séptima con calle quinta. Es una de las construcciones más antiguas de
la capital,
levantada en el siglo XVI con el estilo sobrio de las iglesias
doctrineras
hispánicas. Aunque estaba cerrada cuando pasé por su atrio, tuve la
fortuna de
que el párroco me dejara echar un vistazo al interior. Alcancé a
fotografiar un cuadro que me llamó la atención: la imagen del
franciscano
Maximiliano Kolbe sosteniendo un cirio detrás de un alambrado.
Preguntado el
párroco sobre el clérigo en cuestión, me refirió la historia inspiradora
de un
sacerdote polaco, recluido en el campo de concentración de Auschwitz,
que ofreció
voluntariamente su vida a cambio de la de otro preso para salvarlo de la
muerte. Fue enriquecedora esta última parada de mi peregrinación, pues
aunque
no creo en santos (incluido el presidente ídem), aprecio la grandeza
espiritual, la
generosidad infinita de los hombres y mujeres capaces de ofrendar su
vida para preservar otras vidas, es decir, al contrario de los
“mártires” fundamentalistas que
ofrendan su vida para acabar con otras vidas inocentes en nombre de
Dios.
En
todo caso, como decía mi abuela Sofía: “la vida de los santos es para contarla”
y acá me tienen dando testimonio de mi peregrinación dominical.
(Fotos de H. Darío Gómez A.)
(Fotos de H. Darío Gómez A.)